miércoles, 22 de junio de 2016

"Crónica de un Cantar Hispano", mi primera novela histórica. Un aperitivo



Como primicia, ante la pronta publicación de mi primera novela histórica "Crónica de un Cantar Hispano", perteneciente a la saga "La Leyenda del Stellarium Chronicorum os ofrezco el primer capítulo como aperitivo.

Muy pronto, en Amazon... la Leyenda saldrá a la luz




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Roma, Italia, año 68 después de Cristo

“¡Huye, Julia, huye!” fueron las últimas palabras que escuchó en aquella triste noche, dos años antes. Un grupo de soldados romanos habían irrumpido violentamente en la sala donde celebraban la Eucaristía. Sucedió durante la lectura del Evangelio. Ese día, como si de una premonición se tratase, se leían las Bienaventuranzas. Fuertes gritos desde el exterior contrastaron con un repentino y tenso silencio en la sala. Una voz agria y ruda les conminó abrir la puerta. Pese a la creciente sensación de miedo, abrieron a los soldados. Estos, movidos por la rabia y el odio, comenzaron a atacar a los cristianos. Varios ancianos cayeron al suelo. Uno se golpeó la cabeza y comenzó a sangrar. En ese momento, como impulsada por una fuerza externa, Julia Alba corrió hacía el lugar donde se custodiaban las Sagradas Formas. Por la confusión del momento no la vieron esconderlas bajo su ropaje. Siempre llevaba consigo una pequeña bolsa de cuero en la que guardaba la Sagrada Comunión para los hermanos enfermos.
Con miedo, casi temblorosa, aunque con firme decisión, se acercó a varios hermanos que había visto esconderse. Mientras caminaba, contempló los forcejeos entre cristianos y soldados. Sintió gran dolor al ver a Gayo, un liberto recientemente convertido al cristianismo, yacer inerte en el suelo, cubierto de sangre. Quedó horrorizada cuando un soldado degolló sin contemplaciones a una mujer ciega. Se acercó a varios jóvenes entre los cuáles se encontraba un presbítero. Este quiso quedarse, para dar su vida por Cristo. El hombre, llamado Mateo, pidió a Julia Alba que llevase a los demás a un lugar seguro. “Huye, Julia, huye” fueron las últimas palabras pronunciadas por este valiente sacerdote en cuyo corazón, pocos minutos después, se clavó una daga que le provocó la muerte instantánea. Julia Alba le hizo caso. Sin que la vieran los soldados, llevó consigo a sus jóvenes compañeros hasta una ventana por la que huyeron. Fueron los únicos supervivientes de aquella masacre. Salvaron la vida liderados por una mujer cuya vida iba a cambiar radicalmente desde entonces. Era patricia, hija de un senador, el carismático Sexto Julio Carbo. Era huérfana de madre y la menor de seis hermanos. Su padre, aunque de carácter austero, se preocupaba constantemente porque a sus hijos nunca les faltase de nada. Se lo había prometido a Aurelia, su difunta esposa, quién debido a complicaciones que aparecieron durante el parto falleció pocos días después de nacer Julia. Era un padre entregado en cuerpo y alma al bienestar de sus retoños. Sexto Julio Carbo, que por entonces tenía cincuenta años, era un hombre muy culto. Quería que sus hijos recibieran una correcta enseñanza académica. Una de sus principales obsesiones era que conocieran y comprendieran a los filósofos griegos. Estos pensadores cautivaron especialmente a Julia Alba, siempre interesada por las grandes cuestiones que inquietaban a la humanidad, entre ellas la posibilidad de una vida tras la muerte. Aunque hasta su conversión no había oído hablar de Jesús de Nazaret era, en cierto modo, muy cercana a lo que él predicaba: tenía gran inquietud por la búsqueda de la verdad y se preocupaba por los pobres y desvalidos, a quienes no solo daba limosna, sino también llevaba alimento y ropa de abrigo. No era muy religiosa, pues en los dioses tradicionales romanos no encontraba respuesta a sus preguntas.

Tras escapar de los soldados llevó a sus compañeros a la Vía Appia, concretamente a la tumba de Cecilia Metella[1]. Conocía el lugar, sabía que por la noche nadie se acercaría por allí. Mientras los jóvenes dormían, planificó el plan a seguir: Al día siguiente irían a Ostia, puerto marítimo de Roma, donde podrían refugiarse haciéndose pasar por mercaderes. Marco, su tío, era mercader. Le había visto trabajar en más de una ocasión y lo que le había enseñado de ese mundo le permitía fingir ser una de ellos. Durante toda la noche permaneció en vela, atenta a cualquier ruido sospechoso. Trató de pensar en los pasos que debía dar a partir de ahora. Era consciente de que, como hija de un senador, irían a buscarla. Temía las consecuencias de que la encontrasen tras haber huido en aquellas circunstancias y con varios cristianos. Sobre todo quería evitar problemas a su padre, que no era especialmente querido por Nerón, con quien tenía una hostilidad mutua. Debía huir. Sabía que Pablo de Tarso había tenido intención de viajar a Hispania para anunciar el Evangelio y casi al instante decidió seguir su estela.
Se palpó la túnica y vio el recipiente donde había guardado las sagradas formas. Estaba intacto, no se había caído ninguna. Julia se sintió inquieta y temerosa por el futuro. Julia Alba, que había tenido una vida relativamente fácil hasta entonces. Julia, que tiritaba de miedo en aquella oscura noche donde ni siquiera la Luna se atrevía a emerger entre las nubes. Julia, que temblorosa rezaba a Dios para que les protegiera. Julia, que no comprendía aquella terrible injusticia. ¿Qué culpa tenían sus hermanos de lo sucedido durante el incendio? Julia Alba, en definitiva, la patricia que había salvado la vida de unos muchachos plebeyos.
Todo había comenzado dos años antes, el 22 de julio del año 66, tres días  después de un pavoroso incendio que asoló Roma. Los cristianos fueron acusados por el emperador Nerón de provocar el fuego. Aunque la comunidad cristiana era aún pequeña, estaba experimentando un notable crecimiento en los últimos años a raíz de la carta que Pablo de Tarso había escrito a los romanos hacía nueve años. El Apóstol hablaba de una salvación que no era exclusiva del pueblo judío: todos podían salvarse en Jesús. Esto animó a muchos romanos a convertirse al cristianismo. También a Julia Alba. El descubrir que alguien había sido capaz de dar su vida en rescate por todos los hombres produjo un fuerte cambio en ella. Escuchaba a los cristianos predicar la vida, obra y mensaje de Jesús y sentía como su alma se ensanchaba y ardía de un modo hasta entonces desconocido para ella. Aquel Dios hablaba de amor y de la vida eterna, prometiendo ambas a la humanidad. Era un Dios que había venido a sanar a los enfermos y curar a ciegos y sordos. Julia Alba se había sentido interpelada por el mensaje cristiano y comenzó entonces un camino de conversión que le  había llevado a ser bautizada en el año 61. Tras ello colaboró en el cuidado y atención de los más pobres y ancianos de la comunidad. Celebraban la Eucaristía en una domus eclesiae[2] de Roma, perteneciente a una familia de comerciantes cuyo paterfamilias[3] había conocido el cristianismo durante un viaje a Judea. La incipiente comunidad cristiana había podido practicar en aquella Domus su fe en un clima de cierta calma hasta que todo cambió con el gran incendio. Media Roma fue arrasada por las llamas. Al día siguiente, Julia Alba había salido de su casa, en el Palatino, para ayudar a los heridos. Contempló, desolada, que todo había sido reducido a cenizas. ¡Su querida y bella ciudad había sido convertida en escenario de muerte! El templo de Júpiter y la casa de las Vestales estaban totalmente calcinados. En cuanto a las casas más humildes, eran un amasijo de cenizas del que aún salía una negra humareda. Esta visión causó tremenda desazón en ella. Su amada Roma, con sus miserias y grandezas, había sido destruida. ¿Por qué? ¿Quién podía hacer algo así con su magnífica ciudad? Se sospechaba que tras aquel incendio estaba el emperador Nerón, quien pronto culpó a los cristianos, que comenzaban a ser odiados por una clase dirigente que utilizaba la religión romana con fines políticos. Sin embargo, los romanos cristianos no eran muy distintos de sus paisanos en su vida diaria., aunque tenían notables diferencias con ellos: no daban culto a los dioses paganos, no veneraban al emperador como un dios e, incluso, algunos comenzaban a optar por consagrar su vida al celibato por amor a Dios. Estas cuestiones no eran entendidas por los demás romanos, quienes comenzaban a recelar de aquel tan extraño. Julia Alba, siempre crítica con las verdades oficiales que las autoridades imperiales proclamaban, se preguntaba si Nerón podía realmente ser tan malvado.
La joven, ya desde antes del incendio, era vista con recelo por parte de su familia. No adoraba a los dioses familiares, los Lares, los domingos se iba temprano de casa sin decir a dónde, algo impropio de una muchacha de su clase y, para colmo, se juntaba con personas de dudosa reputación, especialmente por su pobreza. Julia la rebelde; Julia, la que no seguía las creencias tradicionales romanas… Su padre, sin embargo, permitía aquel comportamiento, aunque no lo comprendiera, debido al gran aprecio que sentía por su hija. Julia Alba era una muchacha sensible, pero con una fortaleza de espíritu que le ayudaba a soportar las críticas de su abuela, que le reprochaba que se relacionase con “aquellos menesterosos”. Julia, la patricia que se juntaba con los más pobres de entre los pobres. Julia, quien tenía amistad con esos extraños romanos que seguían a un judío crucificado en tiempos de Tiberio… Algunos de sus familiares pensaban que había enloquecido.

Durante los dos años siguientes al incendio de Roma, la comunidad cristiana a la que acudía Julia decreció. Poco a poco los cristianos eran detenidos y condenados a muerte. Perecían desgarrados por fieras, crucificados o quemados en un espectáculo dantesco al que muchos romanos asistían con una sonrisa sardónica. Disfrutaban, pese a que veían morir injustamente a antiguos conocidos suyos. La propaganda de Nerón estaba surtiendo efecto. El populacho era amante del pan y el circo con que era cebado por las autoridades imperiales. Sin embargo, ver la firmeza y entereza de los cristianos, quienes cantaban y alababan a Dios en medio del sufrimiento, hizo que muchos romanos se preguntasen por qué no lloraban desesperados.

Llegó el amanecer de aquel 23 de julio en el que Julia Alba vería por última vez su ciudad natal. El sol comenzaba a abrirse paso entre las tinieblas nocturnas, momento que aprovechó para despertar a los cinco jóvenes que la acompañaban. Decidió que a cuatro de ellos los enviaría a Alejandría, donde conocía a algunas personas que podrían hacerse cargo de los muchachos. Le pareció que aquella ciudad sería un buen lugar para que continuasen su formación, pues destacaba como una de las ciudades más cultas del mediterráneo. Roma, que tenía demasiados frentes abiertos en aquella región del mundo, no se preocuparía de perseguirlos. Mientras que el quinto joven, Lucio Flavio Agrícola, iría con ella a Hispania. Este muchacho, aunque era un año más joven que ella, destacaba por su gran fortaleza física y una gran sensibilidad espiritual, lo que le llevaría a realizar grandes cosas en su vida. Además el joven había estado allí de pequeño, pues su padre era soldado, por lo que conocía el terreno y podía llegar a ofrecer cierta protección.
Comenzó a amanecer. Los jóvenes se despertaron y. Julia Alba les explicó el plan:   
Tranquilos, conozco personas en Alejandría que os ayudarán, podréis seguir estudiando allí y nadie os molestará por vuestra fe. Os prometo que os escribiré con frecuencia. Seguro que algún día podréis venir a Hispania Les prometió. Cecilio, Quinto, Antonio y Livio escucharon con incertidumbre y sentimientos entremezclados. Tenían miedo, pero confiaban en ella, sobre todo cuando leyeron la carta dirigida a sus benefactores de Alejandría.

Mientras tanto, Sexto Julio buscaba a su hija. No dejaba de preguntar a los criados si la habían visto. El hecho de que no hubiera dormido en casa le preocupaba enormemente y estaba asustado.
­­Ves? Sabía yo que esas malas compañías iban a meter a Julia en problemas, te lo dije gruñó amargamente la abuela, ante lo cual el paterfamilias respondió que no dijese tonterías.
Alrededor de la hora sexta alguien llamó insistentemente a la puerta. Una esclava abrió y se encontró con un hombre que pidió hablar con Julio, pues tenía algo que decirle sobre su hija.
Créame, han visto salir esta mañana a su hija acompañada por cinco jóvenes en dirección al puerto de Ostia aseguró el recién llegado.
¿Pero por qué iba a hacer una cosa así? Nunca se iría de Roma sin avisarme, ha tenido que ocurrir algo dijo, titubeante, el angustiado padre.
Lo único que se sabe es que anoche se produjo un asalto por parte de soldados imperiales, a una casa donde se reunían miembros de esa extraña secta a la que llaman cristianos. Desconozco si su hija estaba allí pero, según tengo entendido, uno de los chicos que la acompañaban forma parte de ese grupo respondió con voz queda.

La mención de esa palabra, cristianos, hizo reflexionar a un Sexto Julio que no terminaba de comprender. Ciertamente había observado cambios en su hija, pero tenía claro que no podía ser cristiana. No era una niña muy dada a la espiritualidad. Sexto Julio Carbo pensaba que su hija, por el mero hecho de sentir pasión por la filosofía, estaba totalmente alejada de la creencia en los dioses.
Aunque es cierto que su actitud con los pobres se asemeja a lo que hacen los cristianos reflexionaba. Eso de dar limosna a los mendigos, hablar con ellos, ir a cuidar enfermos... ¡incluso leprosos! No eran cosas habitualmente practicadas por los romanos. Y menos por un patricio. Sin embargo, esos cristianos lo hacían. Sexto Julio aún recordaba una vez en la que oyó decir a un cristiano lo que Jesús había predicado: “Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Julio nunca había entendido esta frase: ¿cómo un pobre podía ser feliz? Aunque el senador era un buen hombre, pues siempre trataba de auxiliar a quien se lo pedía, no podía concebir la felicidad en alguien que se encontraba en situación de pobreza. Con estas reflexiones en la mente se puso en camino hacia Ostia, montado en su caballo. Confiaba en encontrar allí a su hija y, sobre todo, quería comprender el por qué de su huida, pues esto le atormentaba especialmente.
 ¿Habré sido mal padre? se preguntaba.



[1] Dama romana de la que apenas se conservan referencias históricas. Perteneció a la familia de los Cecilio Metelo. Probablemente fue hija de Quinto Cecilio Metelo Crético y esposa de Marco Licinio Craso, heredero del compañero de triunvirato de Pompeyo y César.
[2] La Domus Ecclesiae  era un edificio privado adaptado para las necesidades del culto donde se reunían las primitivas comunidades cristianas antes del Edicto de Constantino del año 313 d.C
[3] Término latino para designar al "padre de la familia”, tenía jurisdicción plena sobre su familia y siervos.

jueves, 2 de junio de 2016

La vida es un viaje que se debe hacer con calma y perseverancia

He vuelto a Málaga siete años después. Estuve a finales de abril de 2009, poco después de dejar el Seminario. Como mis lectores mas fieles sabéis, entre marzo de ese año y junio de 2012 tuve una fuerte depresión de la que terminé de curarme en diciembre de 2012, momento en el que tomé conciencia de que había superado del todo aquella depresión. Sobre como la superé hablo en este post. He querido volver ahora a la bella y milenaria Málaga, pues en 2009 no pude disfrutar de una ciudad que me parece bella, con buen clima y buenas gentes. Aquel año fui con mi familia y, aunque visitamos los lugares y edificios emblemáticos de tan bella urbe, mi cabeza en aquellos momentos no estaba para ver arte o sitios históricos.

La vida es un viaje apasionante, camina en buena compañía


Siempre comparo la depresión con el perro negro de Felipe II. También con el "perro del hortelano", pues ni come ni te deja comer, ni vive ni te deja vivir. Se trata de un perro que te atemoriza, te atenaza y llega a cortarte la respiración, un perro que te absorbe toda tu energía con el fin de impedir que salgas adelante. Recuerdo aquellos años de mi depresión cuando me decían "pero anímate, tienes motivos para ser agradecido con Dios". Tenían, y tienen, razón, pues puedo dar gracias a Dios por muchas cosas de mi vida. Pero en aquella primera visita a Málaga, mientras paseaba por ella trataba de animarme, de disfrutar de la Alcazaba o de la gastronomía malagueña, sin embargo venía el perro negro, se "ponía" a mi lado y me absorbía de tal modo la energía que me incapacitaba para poder ser feliz, o al menos eso me hacía creer. Esto mismo me sucedió durante esos años entre 2009 y 2012, pues trataba de ser feliz, de disfrutar de mis amigos, de sentirme bien disfrutando de cosas sencillas como escuchar Milenio 3, por ejemplo. Pero entonces venía el perro negro, se sentaba junto a mí y me quitaba toda la energía y vitalidad mental del mismo modo que un vampiro te chupa la sangre. Un perro negro que, además, no se conformaba con eso, sino que me decía "Tu vida no tiene sentido ya, no has podido ser sacerdote, que es lo que querías, nada te merece la pena". Es decir, aún tenía puesto mi foco de atención en el Seminario. Quería ser cura y me empeñaba en que debía serlo a toda costa porque sino todo lo que había vivido los años anteriores (peregrinaciones con la Diócesis, el curso Introductorio del Seminario, vivencias con la parroquia) carecía totalmente de sentido. Lo cual es, en cierto modo, lógico pues había volcado toda mi vida hacia el sacerdocio renunciando a otras cosas para ello y el hecho de salir del Seminario fue traumático para mí. En resumen, la depresión es un perro negro que, además de dejarte sin energía, sin ánimos, de alienar tu espíritu, distorsiona tu foco de atención haciendo que tu cabeza tan solo piense en aquello que te hace daño. De ese modo te obsesionas, precisamente, con lo que menos bien te hace.

Con el tiempo, gracias a los buenos amigos que ya tenía y a otros que se subieron en mi autobús vital, logré superar la depresión. Salí muy fortalecido de aquella vivencia de tres años y medio  en compañía de ese perro negro al que conseguí expulsar de mi vida la noche del 9 de junio de 2012 cuando alcé la mirada al cielo, tras una velada en buena compañía escuchando aquella inolvidable Alerta Ovni que me hizo reencontrarme con mi yo de 13 años y vi, entonces, una preciosa, y enigmática, luminaria cruzando el cielo de la sierra madrileña. Desde ese momento cambié el foco de atención en mi vida y me dí cuenta de que, por mucho que considere que la vida sacerdotal es interesante y los curas hacen una buena labor, aquella no era mi vocación. Comprendí que tengo mucho que aportar a los demás, que puedo aspirar a dejar una huella positiva en el mundo, pero que lo haré como escritor y comunicador estableciendo, además, relaciones sinérgicas de colaboración con otras personas. Esa es mi verdadera vocación.

Déjate ayudar y confía en Dios


Cuento esto porque, en esta ocasión, si que he podido disfrutar de Málaga, paseando por sus calles, disfrutando de la conversación en compañía de buenos amigos, conociendo rincones añejos que no había visitado anteriormente y otros que en 2009 aún no existían o, al menos, no eran como ahora. Escribo esto porque me encanta viajar para conocer lugares nuevos y a personas de otras ciudades, países o incluso continentes. No me gusta viajar en plan ir a un Resort una semana, o el típico viaje organizado de unos días en el que ves los monumentos a toda prisa y vas todo el día en autobús (aunque he viajado así). En cambio, me gusta ir de viaje yendo o bien a una ciudad o bien a varias, pero de forma que pueda patearlas bien, comiendo en los lugares donde comen los lugareños e, incluso, haciendo cosas aparentemente banales como ir al cine en esa ciudad. Me resulta simpático pensar "estoy en el cine con los de Santander", o "vaya, voy a ver una obra de teatro con los de Praga", ya que veo en ello un compartir la vida con personas que tal vez sean diferentes, en ciertas cosas, a la gente de mi ciudad, pero con la que, en el fondo, tengo bastantes cosas en común. Mi padre siempre decía que cuando uno va a otras ciudades, o pueblos, especialmente del extranjero, no puede conformarse con visitar los sitios turísticos, sino que es bueno pasear por los barrios donde viven los habitantes de esa ciudad, ya que de esa forma se puede conocer realmente ese lugar y a sus gentes. Además, el ser humano es un animal muy social y, conversando con otras personas, se puede aprender muchísimo, por ello siempre que viajo trato de socializar lo máximo posible, tanto con personas del lugar que ya conocía como con algunas de las personas que me encuentro por el camino (aunque sea simplemente tener una breve conversación con un camarero). Como digo, se aprende mucho viajando, pues es algo que enriquece notablemente, especialmente si se hace de esta forma.

He decidido escribir sobre esto ya que siempre he comparado nuestro periplo vital con los viajes. Se suele hablar del mundo como "valle de lágrimas", pero yo no estoy de acuerdo con ello, pues el mundo, la Tierra, es una Creación maravillosa, un lugar en el que Dios nos ha puesto por algún motivo.  Como creyente, pienso que Dios nos ha creado con una misión específica para cada uno, una vocación mediante la cual podemos ser realmente felices. Con respecto a esto, aclaro que la vocación tiene diferentes dimensiones: Humana, religiosa (la fe personal o la espiritualidad de cada uno) y laboral (dentro de la que puede incluirse el sacerdocio, oficios como la carpintería o el trabajo de ama de casa, historiador, etc.). Hace poco un comentarista me preguntaba ¿Cómo puedo conocer mi vocación, aquello que me gusta y puede ser mi labor en este mundo? Mi respuesta es: mediante la introspección, conociéndote a ti mismo lo mejor posible, y mediante la oración, preguntándole a Dios qué quiere de ti. Pero, sobre todo, es fundamental tener en cuenta que la paciencia debe el principal medio para realizar la misión que estás llamado a realizar en este mundo. Roma no se hizo en un día, del mismo modo la vida, tal como he puesto en el título de este artículo, es un viaje que se debe hacer con calma y perseverancia. Así como viajar por ciudades, pueblos, países... te enriquece, pues aprendes tanto de lo que ves como de las personas con las que te encuentras, el viaje por tu vida, si lo haces atendiendo al momento presente, al "aquí y ahora", es algo que te enriquece. Rodearte de personas positivas, que te influyan positivamente, es importante, como también lo es el alejar de tu vida a quienes te hacen daño, se aprovechan de ti o no te aportan algo bueno (lo que se conoce como personas tóxicas). Leer mucho y bien también te enriquece, discerniendo qué leer (pues, del mismo modo que eliges a los amigos por un criterio razonable, tienes que usar éste para elegir los libros que te hagan bien, que te ayuden y formen como persona). Hace poco escuché al periodista Santiago Vázquez decir que la mente, como tal, no existe, sino que es fruto de las operaciones del alma, del espíritu (bueno, él lo explicaba mejor). Antes he hablado de la depresión. Un alma recia, alimentada por buenos libros, por la oración-meditación, por personas que te influyen positivamente, es más difícil que caiga en depresión, por ello es menos probable que tenga problemas psicológicos, es altamente factible, sin embargo, que sea una persona fuerte anímicamente. Por este motivo un alma sana, una "mente" libre de ataduras anímicas (sin depresión, sin ansiedad...) puede descubrir la misión para la que está llamada en la vida. Pero para ello, no obstante, hace falta tener calma, ser paciente. Suelo decir que, aunque soy madridista, me gusta la filosofía del Cholo Simeone "partido a partido, jornada a jornada". Cada día es una nueva oportunidad para seguir creciendo, para continuar mejorando. En Málaga, tomando una tónica, vi una servilleta en la que ponía "Unas veces se gana, otras veces se aprende". Es decir, no existen los fracasos, no hay derrota alguna. Solo existen las victorias y las ocasiones que la vida nos presenta para que podamos crecer y no nos estanquemos. El otro día, en Cuarto Milenio, Iker Jiménez dijo que "O se evoluciona o se tiende a la extinción". Nuestro viaje por la vida debe ser una continua evolución, un crecimiento personal y espiritual que nos forje como seres humanos. En caso contrario nuestra labor personal será estéril y contribuiremos a la extinción de la estirpe humana.


Lucha por mejorar cada día un poco más


Quizá estas palabras sean duras, pero son muy reales. Precisamente porque la vida es un viaje, nuestro paso por el mundo debe consistir en un crecimiento diario como seres humanos, generando una espiral ascendente que nos permita ayudar a forjar un mundo mejor. Otra de las cosas que aprendí en Málaga ha sido el tema de la interdependencia. Es decir, el ser humano es un animal social, el individuo necesita de la colaboración de los otros, del mismo modo que es importante que colabore con ellos. Depender de otros (salvo por discapacidad o enfermedad) es malo pues nos impide ser libres para realizar nuestra vocación. Ser independiente no es del todo malo, pero tiene el riesgo de volvernos individualistas y egoístas. La persona interdependiente, sin embargo, es quien se responsabiliza de sí mismo y de los demás, quien sabiéndose independiente requiere de la colaboración sinérgica de los otros para lograr sus metas y quien trabaja en equipo por un objetivo común (sea en el trabajo, la parroquia, un equipo de fútbol...). Por ello hago la analogía de nuestro periplo vital con el viajar por el mundo, ya que los otros pueden enseñarnos mucho: "tenemos dos maestros: nosotros mismos y todos los demás", enseña Ángel Lafuente, de ahí la necesidad de ser interdependientes. Si somos individualistas, si hacemos un mal uso de nuestra independencia personal, difícilmente podremos aprender de los demás y seremos incapaces de hacer una aportación positiva al mundo. Si somos interdependientes, si colaboramos con los demás, si nos esforzamos por conocer a personas que puedan ser una buena influencia para nosotros, en cambio, aprenderemos de ellos, lo cual nos enriquecerá de tal modo que podremos ponerlo, junto con nuestros propios dones y talentos, al servicio de la misión para la que hemos nacido, aportando con ello a crear un mundo mejor.

Como conclusión me gustaría, por tanto, dar un mensaje de esperanza a quien esté pasando por un mal momento, por una depresión o un tiempo de bajón anímico. Tal como dice el mencionado Ángel Lafuente, cada uno de nosotros es el ser mas sagrado del mundo, pues hemos sido creados por un Dios que nos ama desde la Eternidad, alguien que nos ha dado dones y talentos que debemos descubrir y potenciar. Para ello, como he dicho, es necesario hacer introspección, oración-meditación, leer y reflexionar ¿Que tienes defectos? Pues claro, no hay ahora mismo en la Tierra ni un solo ser humano que carezca de defectos, que no tenga pecado. De hecho, me atrevo a asegurar que tan solo han existido dos seres humanos intachables, sin defecto ni pecado: Jesús y María de Nazaret, es decir, Jesucristo y la Virgen María. El resto tenemos cosas que debemos pulir, con paciencia, día a día, para superarnos como personas, para crecer humana y espiritualmente logrando así realizar la misión a la que nos sentimos llamados, aquello que nos entusiasma y que deseamos hacer en la vida.
Quizá hoy te sientes triste, por la razón que sea, deprimido, pero si yo he vencido a la depresión tú también puedes. Aprende a quererte a ti mismo, de forma sana. Borra todo diálogo interno negativo, háblate a ti mismo de forma positiva, rodéate de personas que te influyan positivamente y aléjate de las personas tóxicas. Mucho ánimo amigo lector, no es fácil salir de los baches que se nos presentan en la vida, pero es posible hacerlo. Eres lo más sagrado de este mundo, recuérdalo siempre. Ten fe, protege tu paz interior y persevera en tu caminar por la vida. Paz y Bien.