viernes, 23 de octubre de 2015

Treinta y cinco años sin Félix Rodriguez de la Fuente. Reivindico su mensaje, siempre actual



Recuerdo una vieja carretera de doble sentido, por donde hoy discurre la M-501. Recuerdo un Renault 25 recorriendo kilómetros. Ese coche podía ir a Villaviciosa, Palencia o cualquier otro destino. En su interior iba un niño, con su padre, su héroe. Ambos escuchando, con suma atención, los ya en desuso casettes. En ellos sonaba una voz cálida y serena, acompañada en ocasiones por una música melódica y mítica. Se trataba de Félix Rodríguez de la Fuente. Aquel niño era, y sigue siendo, quien esto escribe. Nací unos años después de fallecer Félix, pero durante mi infancia tuve la fortuna de poder ver y escuchar aquellos programas donde Félix nos explicaba los ancestrales aullidos del lobo o el vuelo majestuoso de las águilas.

Recuerdo caminar, de nuevo con mi padre, por la sierra de Guadarrama. Pantano de La Jarosa. Alto de los Leones. Navacerrada. Bosques con esbeltos árboles, raposos (zorros), águilas y halcones, entre otros animales. Recuerdo conversar con mi padre y decirle “papá, esto lo decía Félix” o “papá ¿Sabías tal cosa? lo contaba Félix”. Nací cuando Félix ya no estaba en este mundo, pero seguía viviendo, su recuerdo estaba presente en quienes habían seguido “El Hombre y la Tierra” a finales de los setenta. Pero también, y hay que decirlo, estaba vivo en los niños que nacimos a principios de los ochenta. Recuerdo, también, cuando fui a Matalascañas con el colegio. Año 1992, con motivo de la Expo de Sevilla. Un día estuvimos en Doñana y volvimos decepcionados. No habíamos visto ningún lince. Esos linces ibéricos de los que tanto hablaba Félix ¿Cuántos quedarán a día de hoy? en estos últimos años han muerto varios por atropellos. ¿Cuántos lobos quedaban cuando era pequeño? estaban en peligro de extinción. Hoy, gracias a la labor concienciadora de Félix hay un número respetable de lobos. Aunque no se debe bajar la guardia, pues sigue habiendo quien pretende echarles de hábitats en los que vivieron incluso cuando el hombre aún se refugiaba en las cavernas.
Félix Rodríguez de la Fuente fue el gran divulgador de la naturaleza. Quizá el primero de los grandes divulgadores de temas concretos en los grandes medios. Le siguieron Juan Antonio Cebrián (historia), Nacho Ares (arqueología) o José Manuel Fuentes y Carl Sagan (ciencia). Buscó devolver al hombre a su verdadera posición dentro del planeta tierra. Nos habíamos convertido no solo en “un lobo para el hombre” (como decía Hobbes) sino también en una especie de ángel exterminador de la propia naturaleza. Habíamos perdido nuestra verdadera misión para con los animales. Es cierto que Dios puso la Creación a nuestro servicio, bajo nuestro dominio. Pero nos habíamos erigido en dueños y señores absolutos de la Creación, pretendiendo ocupar el lugar que únicamente pertenece a Dios. Tenemos dominio sobre los animales, cierto. Pero eso no quiere decir que podamos decidir arbitrariamente, y por puro antojo, sobre la vida y la muerte de un ser vivo. Me refiero a cualquier vida, humana y animal. Toda vida es sagrada. En el caso de los animales, se les puede matar para comer, pero no por capricho. Recuerdo el argumento de un defensor de los toros “Es que dominamos la Creación”. Si, cierto, Dios nos concedió el dominio de la Creación, pero fue para que obtuviésemos de ella frutos para nuestro sustento, no por capricho. Pero lo que nunca nos concedió fue el señorío absoluto sobre la Creación. Dominamos a los animales, pero lo hacemos como jornaleros, como meros trabajadores, no como amos y señores de la Creación. Eso, quizá con otras palabras, nos lo enseñaba Félix. El respeto a la naturaleza, a los seres vivos, a toda criatura viva.



El hombre es un poema tejido con la niebla del amanecer, con el color de las flores, con el canto de los pájaros, con el aullido del lobo o el rugido del león. El hombre se acabará cuando se acabe el equilibrio vital del planeta que lo soporta. El hombre debe amar y respetar la tierra como ama y respeta a su propia madre“. Así pensaba Félix, así pensamos muchos. Hace unos años me dijo un amigo de Elche, desconsolado, que había llorado porque un bosque al que iba de pequeño se había convertido en cemento. Habían construido casas y más casas. Habrá quien piense que eso es el progreso. Puede que lo sea pero ¿Hacia donde? en la actualidad hay más enfermedades pulmonares que antes, y no sólo por el tabaco. Crecen los casos de cáncer. De pronto nos vemos asaltados por noticias como que han detectado partidas de pescado con anisakis en las lonjas, o liebres con tularemia. Esto ¿De donde sale? quizá nos estamos cargando el ecosistema, haciendo que enferme la tierra y, con ello, provocamos nuestra propia destrucción. Mencionaba antes a los linces. En Doñana han sido atropellados varios linces en los últimos años. Durante milenios, cuando aún no había seres humanos por aquellos parajes, ya había linces en Doñana. Vino el hombre y realizó carreteras. Estas carreteras fueron surcadas por máquinas cada vez más potentes. Máquinas que invadían el hábitat de los linces provocando la muerte de algunos de estos animales en peligro de extinción. Félix nos advertía sobre esto. Lo hizo con el lobo, con el águila y también con el lince. No somos dueños de la Creación, tan sólo somos jornaleros. Debemos respetar la naturaleza, debemos garantizar el equilibrio del ecosistema. Quizá los linces no tengan tanto valor para el ecosistema como tienen las abejas, pero debemos preservar su existencia. Los animales que pueblan la Península Ibérica nos han sido legados por nuestros antepasados, que vivían en cierta armonía con ellos. Se comían a algunos de esos animales, es cierto. Pero no los masacraban. Quizá no seamos conscientes de ello, pero la desaparición del lince, el lobo o las águilas imperiales nos podría llegar a afectar. Hubo un tiempo, durante la Edad Media, que se cogió miedo a los gatos, por superstición. Vino la peste y la muerte. El lince tiene una labor en el ecosistema que quizá desconozcamos, pero sea necesaria. Es como las arañas, pueden dar asco o miedo, pero evitan que haya otros bichos más desagradables y nocivos.



El mundo es espantoso para el ciudadano medio que vive en colmenas, urbes monótonas y horrísonas, calles sucias recibiendo cultura como píldoras y mensajes que no se ha demostrado que sean perfectos. Nuestra era se recordará en un futuro feliz, si es que se llega, con verdadero terror. El hombre tiene necesidad de libertad, del campo, del cielo, de tiempo para no hacer cosas…. y aprender a imaginar. Hoy no lo puede hacer“. Este lamento, con cierto cariz profético, fue pronunciado por Félix. Tenía mucha razón para afirmar algo así. Vivo en medio de una gran urbe y me gusta observar a mis conciudadanos. Las ciudades parecen la cadena de montaje de una fábrica a gran escala. Los hombres y mujeres que las pueblan parecen meros robots que realizan actos mecanizados. Levantarse deprisa, ir rápido a trabajar, realizar su trabajo corriendo y sin pensar, comer sin que apenas el cuerpo tenga tiempo para digerir el alimento (con las derivadas enfermedades estomacales), volver a trabajar y hacerlo de modo mecánico sin pensar siquiera en lo que están haciendo, irse a casa, correr por las estaciones de metro y bus, vivir en auténticas colmenas humanas donde carecen de intimidad. El urbanita del siglo XXI es una persona sin tiempo apenas para la lectura sosegada e interiorizada, la reflexión o la contemplación de la naturaleza admirando las obras que Dios ha creado. Muchos se preguntan como es posible que triunfen programas como Gran Hermano pero se trata de la sociedad que se nos ha impuesto y ante la que debemos rebelarnos, pues aún estamos a tiempo. No hemos sido creados para vivir en grandes ciudades llenas de contaminación, siendo esclavos del coche y yendo deprisa a todas partes. Dios nos dio un alma y la capacidad de interactuar con Él a través de la oración. Sin embargo, en el mundo urbano, tan lleno de ruido, con esas colmenas humanas, es muy difícil escuchar a Dios. Vivimos como encadenados por algo que nos está alejando del verdadero sentido de la vida. Sobre eso nos advertía Félix. Más Platón y menos Prozac decía un libro. Pero comprender a Platón supone reflexionar, y para pensar hace falta espacio y tiempo para ello. En las grandes urbes ¿Es posible? Quizá si, pero con peor calidad de vida. Lo mismo para relacionarse con Dios. Quizá en las ciudades se pueda hacer, pero desde luego con más dificultad que en la ermita de un pequeño pueblo, en un espacio silencioso y lleno de paz.


El hombre tiene necesidad de libertad, del campo, del cielo, de tiempo para no hacer cosas…. y aprender a imaginar. Hoy no lo puede hacer“. Es una frase llena de verdad y sentido. El hombre tiene necesidad de la libertad que supone poder caminar por la naturaleza, sintiendo la brisa que acaricia los árboles, escuchando el cántico alegre de las aves. Eso es lo auténtico, lo que recuerda al hombre que, detrás de todo ello, se encuentra la mano creadora de Dios. Recuerdo contemplar las montañas bávaras y decirle a mi padre “qué gran artista es Dios”. Sin embargo, basta la mano torpe de un hombre al encender una barbacoa para que el monte arda y los árboles queden reducidos a cenizas y desolación. Basta la mano descuidada y egoísta de un grupo de hombres para que el monte quede lleno de suciedad y porquería. Esa suciedad y porquería, si no se retira, queda durante muchísimo tiempo y provoca daños a la naturaleza. Debemos tomar conciencia de que la naturaleza, también el monte, es un regalo que Dios nos ha dado. La Tierra no nos pertenece a nosotros sino a Dios. Si uno va a casa de otra persona se preocupa por no ensuciar y no destrozar, entonces ¿Por qué no cuidamos la Tierra, que pertenece a Dios? son cosas sobre las que, a su manera, nos hablaba Félix. Tenemos necesidad de campo y cielo, necesidad de ver la obra creadora de Dios en la naturaleza y también de poder contemplar el Cielo, que nos recuerda igualmente a Dios. Recuerdo las noches veraniegas de mi infancia en Santoyo, con mis amigos, contemplando en la era el cielo castellano. Estaba lleno de estrellas, alguna de ellas recorría fugazmente el firmamento. Miraba al cielo y pensaba en Dios, miraba las estrellas y me acordaba de mis seres queridos difuntos. En la ciudad, sin embargo, mira uno al cielo y este cambia radicalmente. Toma un color naranja y apenas se ve alguna estrella. Es mas difícil, por ello, poder rezar aquel salmo “cuando contemplo el cielo y las estrellas que has creado ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” en la ciudad, a veces, parece que es más difícil acordarse de Dios. Se puede ver una estrella, pero no se puede contemplar, en su más amplio sentido, el firmamento creado por el Señor. Él siempre se acuerda de nosotros, lleva pensando toda la Eternidad en cada uno de nosotros. Pero en la ciudad la gente apenas tiene tiempo para acordarse de Dios. Prisas, frenesí, atascos, ruidos estridentes, gente corriendo ¿Quién piensa en Dios? muchos lo hacen, cierto. Pero a veces parece más difícil hacerlo.Rodeado de la naturaleza, sin embargo, parece acaso más fácil acordarse, todo recuerda la obra creadora de Dios.



Necesitamos tiempo para no hacer cosas. Es lo que los romanos llamaban el Otium Graecum, es decir dedicar un tiempo para permanecer sosegado, reflexionando, pensando y sobre todo, al menos nosotros los cristianos, rezando. La vida moderna, apartada de la hermana madre tierra, como la llamaba San Francisco de Asís, no nos deja tiempo para la reflexión o la oración. Necesitamos ese tiempo. Por ello debemos cuidar la naturaleza. Un mundo sin naturaleza, sin árboles, sin animales, con los ríos contaminados sería un lugar terrible para vivir. Si no cuidamos la naturaleza, que se nos ha sido dada por Dios ¿Cómo vamos a cuidar a nuestros propios hijos? Es muy complicado amar al ser humano si no se ama la naturaleza. Pero además, como decía Félix, el hombre necesita tiempo para imaginar. Hoy muchos nos quejamos de que las artes, en general, no tienen la calidad de antes. Pintura, literatura, escultura… parece que no se hacen obras tan buenas como antiguamente. Al menos por lo general. Si el hombre no tiene naturaleza para admirar, reflexionar, escribir, dibujar ¿Cómo va a crear arte? es más difícil, desde luego.
He querido recordar a Félix Rodríguez de la Fuente haciendo estas reflexiones, pues considero que su pensamiento, sus enseñanzas, siguen vigentes. Debemos cuidar la naturaleza, debemos darnos cuenta de que, aunque esté bajo nuestro servicio, no nos pertenece. Tan sólo somos jornaleros, no somos los amos de la Creación. Pero, además, debemos darnos cuenta de la importancia que tiene para nosotros que el ecosistema esté en equilibrio y se respete la naturaleza. Dijo un autor anónimo que “Sólo hasta que se haya talado el último árbol, contaminado el último mar y muerto el último pez, el hombre entenderá que no se puede comer el dinero”. Hoy se destruye la naturaleza por el culto a Mammon, al dios dinero. Se arrasan bosques para construir casas o campos de golf. Se pesca a gran escala para ganar más dinero, aunque haya especies en peligro de extinción. Se matan animales como visones o focas para vender más. Pero, quizá lo más terrible, se mata a niños en las minas de coltán para que los modernos luzcan el nuevo Iphone o cualquier smartphone de moda. No sólo se mata a niños de ese modo, es cierto. También muchos mueren en lagos contaminados, buscando en la basura materiales que puedan vender, o explotados en fabricas de grandes multinacionales en países pobres. Pero vuelvo a hacer la pregunta. Si no respetamos la naturaleza, que pertenece a Dios ¿Cómo vamos a respetar la vida de nuestros propios hijos? ¿Puede alguien decir que defiende la vida cuando lleva un móvil de última generación cuyo coltán ha sido extraído por un niño explotado?


Creo que mi amigo, cuando lloró al ver en lo que se había convertido el antiguo bosque donde jugaba durante su infancia, lo hacía no solo por el bosque en sí. Lloraba, quizá, también por los niños que ahora pasan hambre en nuestro país y a los que se podría alimentar con animales de bosques como aquel. Lloraba, quizá, por esos niños que pasan hambre y podrían tener buena alimentación si en lugares donde hoy hay cemento y contaminación hubiera huertas y árboles frutales. Por ello creo que es importante reivindicar a Félix Rodríguez de la Fuente y su mensaje. Es fundamental que volvamos a vivir mirando a la naturaleza, respetándola y sirviendo a Dios como jornaleros a través de ella, no como si fuera algo que nos pertenece a nosotros, cosa que es mentira. Pertenece a Dios. Él es el dueño de la Creación. Nosotros debemos cuidarla.
En definitiva, treinta y cinco años de la muerte de un gran maestro. Félix Rodríguez de la Fuente, alguien que nos enseñó a amar la naturaleza, que nos hizo darnos cuenta de la gran importancia que tiene cuidar el medio ambiente. He querido recordarle haciendo estas reflexiones que, si bien pueden tener cierta carga polémica, creo que reflejan una serie de realidades sobre las que debemos abrir los ojos, despertando, si realmente queremos que la especie humana siga poblando la tierra.

Post Scripto: este artículo lo publiqué en Infovaticana el 15 de marzo de 2015, cuando era colaborador de ese portal web de información religiosa.