lunes, 14 de diciembre de 2015

Mártires de Barbastro, dieron su sangre perdonando a sus verdugos, amando a Cristo Rey


Mural conmemorativo Mártires de Barbastro

Desde tiempos inmemoriales, quién sabe si desde el Neólitico, la historia de la humanidad se ha visto zarandeada por una lucha, casi eterna, entre el Bien y el Mal. Durante todo el siglo XX la humanidad asistió horrorizada a las diferentes formas de mal que se hicieron presentes en prácticamente todo el globo terráqueo. Fue como si de pronto el ser humano hubiera enloquecido dejándose arrastrar por una espiral de violencia que le empujó a lo más bajo y vil de nuestra condición humana con la fuerza de un torbellino. España no permanecio ajena a esa locura que llevó al ser humano a cometer las mayores atrocidades. La Guerra Civil española fue el mejor ejemplo de esa locura colectiva que invadió nuestro país hasta hacerle enloquecer. Pero en la Guerra Civil hubo pequeñas historias, podriamos llamarlas grandes epopeyas donde se aprecian valores como el amor, el compañerismo e, incluso, la lucha heroica. Son historias que, pese a lo crudo de los acontecimientos, nos ayudan a reconciliarnos con el ser humano. Hoy quiero escribir sobre una de esas historias que realmente me emocionan y llenan el alma con un sentimiento sublime que soy incapaz de describir: la de los cincuenta y un Misioneros Claretianos que fueron martirizados en Barbastro durante el verano de 1936. Murieron, en palabas de san Juan Pablo II "por ser discípulos de Cristo, por no querer renegar de su fe y de sus votos religiosos". Eran muy jóvenes, ninguno superaba los veinticinco años de edad.


Testigos de la fe y del Evangelio,
Mártires de Barbastro,
gloria de la Congregación y de la Iglesia,
anuncio del Señor resucitado,
profetas del amor y la esperanza,
Mártires Claretianos.
Cantando a Cristo Rey ganáis la altura,
nostalgia nos dejáis en vuestro vuelo.
María es vuestra Madre y vuestra reina;
su limpio Corazón es vuestro cielo.


Himno del Oficio de lecturas.
Día 13 de agosto.

Antecedentes

La España de los años 30 era una sociedad convulsa. Durante la República Española fueron constantes las algaradas y disputas entre falangistas, anarquistas, marxistas y otros grupos. Fue también una época donde el anticlericalismo creció a niveles hasta entonces nunca vistos en nuestro país. Ardieron iglesias, fueron asesinados sacerdotes, religiosos y obispos. También laicos. Desde tiempo atrás había un odio latente en la sociedad contra la Iglesia. Ese odio creció lenta, pero constantemente durante la República española hasta que terminó estallando en 1936. Uno de los puntos calientes durante la primavera de ese año debió ser, sin duda, el ilerdense pueblo de Cervera, en cuyo Seminario Claretiano estudiaban treinta Misioneros. Los sacerdotes encargados de su formación sacerdotal consideraron que Barbastro era un lugar más seguro para ellos. Por este motivo, viendo el clima prebelico que se estaba viviendo y el odio creciente hacia la Iglesia, decidieron los Superiores trasladarse al Seminario situado en la capital del Somontano, donde se encontraba el resto de Misioneros.

Comunidad de Cervera (Lérida). Muchos de ellos fueron mártires en Barbastro

Cómo historiador me pregunto ¿Qué hubiera ocurrido si Franco y sus tropas no se hubieran alzado aquel 18 de julio? Quizá el martirio hubiera sucedido de igual modo o, quizá no. Pero no me gusta hacer historia ficción. Lo que si es cierto es que el coronel Villalba, quien estaba al frente de los militares acuartelados en Barbastro, había prometido a los Superiores claretianos que velaría por la seguridad de los Misioneros. Con lo que nadie contaba, sin embargo, era con que la mayor parte de los militares se pusieran de lado de los anarquistas. Posiblemente fue una de las causas del giro dramático que tomaron los acontecimientos.

Según el sacerdote y escritor Gabriel Campo Villegas, el anarquismo tenía mucha fuerza en Barbastro. De hecho, cuenta "constituían la potencia más agresiva y exasperada de la izquierda, la más revolucionaria". Estos hombres, liderados en un principio por Eugenio Sopena (quién terminó yéndose de Barbastro para luchar en el frente), se hicieron fuertes llegando a tomar el control del Municipio. Quizá con ayuda de la masonería, algo probable y lógico. Comenzó a correr por el pueblo el bulo de que los Misioneros tenían armas escondidas en el Seminario y de que estaban realizando prácticas militares. Lo cierto es que algunos de ellos se encontraban realizando la instrucción militar, obligatoria en aquella época. Tras el levantamiento de los nacionales, el anarquismo se hizo más presente en toda la capital del Somontano. El 19 de julio fueron asaltadas varias armerías de Barbastro y Sopena y sus hombres requisaron todas las armas. Reseña Campo Villegas que por toda la ciudad se escuchaba la consigna "al cura, el primero" pues durante años se había sembrado un odio mortal hacia todo lo que representaba la Iglesia y la religión cristiana.

Amaneció el 20 de julio envuelto en un mal presagio. Dos milicianos irrumpieron en la iglesia, durante la celebración eucarística, con una consigna en la boca: "De parte del comité revolucionario, cierren las puertas de la iglesia". El resto del día transcurrió en aparente normalidad. Los Misioneros lo pasaron rezando en Comunidad. Hasta las cinco de la tarde, hora taurina. Hora que parecía presagiada en el poema de Federico García Lorca:

Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.

Parecen palabras premonitorias estas, escritas poco tiempo antes por el poeta granadino que, por cierto, parece ser que murió rezando el penitencial "Señor Mío Jesucristo...". Aunque esa es otra historia. A las cinco de la tarde la "campana de arsénico" del Seminario de los Misioneros Claretianos sonó energicamente. Fue el hermano Francisco Castán Messeguer quien, al abrir la puerta, se encontró con dos escopeteros que llamaban fuertemente. Este Francisco era hermano de Fernando Castán, mártir en el "Mas Claret". Felipe de Jesús Munárriz, padre Superior de los Misioneros, bajó al escuchar tanto los golpes de la puerta como los gritos prorrumpidos por los milicianos. Volvió a sonar la campana, a toque de obediencia, y, relata el Padre Gabriel Campo Villegas, "En pocos segundos, la escalera se pobló de sotanas y de rostros jóvenes que atravesaban las filas de los escopeteros". Los Misioneros se agruparon en el patio, cara a la pared. Todos salvo dos que se encontraban enfermos y fueron trasladados al hospital. Otros dos Misioneros, aunque también fueron apresados, salvaron sus vidas, pues eran argentinos, algo de lo que informaron a los anarquistas enseguida. Se trata de Pablo Hall y Atilio Parussini, por cuyo testimonio conocemos todo lo que en aquellos días aconteció. Los anarquistas registraron el edificio en busca de armas, sin encontrar nada más que una escopeta... de madera, con la cual realizaban la instrucción militar los Misioneros obligados a ella. Se llevaron presos tanto a los formadores del Seminario como a los jóvenes seminaristas. Cuentan las crónicas que durante todo el trayecto que recorrieron hasta el salón de los Escolapios se vivió una mezcla de emociones en la calle. Muchos eran los que insultaban y amenazaban a los Misioneros, que caminaban pacíficamente, sin un mal gesto, sin una mala palabra, con la mirada serena y fija en el suelo. Pero también fueron bastantes quienes se compadecieron de aquellos jóvenes. Según testimonios recogidos por el Padre Villegas, algunos rezaban "por los misioneretes" y se pudo ver en algunos balcones y ventanas a personas llorando al ver "como les conducían de aquella manera".

Imágenes de los Mártires de Barbastro. Monumento en lugar fusilamientos



El cautiverio

Desde el 20 de julio hasta el 18 de agosto, día en que fueron fusilados los dos últimos seminaristas, los Misioneros permanecieron presos en el salón de los Escolapios. Jaime y Atanasio eran los dos que habían sido trasladados al hospital al encontrarse enfermos. Sin duda uno de los factores que ayudó, en esos terribles días de cautiverios, a nuestros Misioneros, fue el hecho de poder recibir la Sagrada Comunión. Ya el día del asalto al Seminario habían conseguido rescatar los copones reservados en el Sagrario de la iglesia y, antes de marchar prisioneros, comulgaron todas las Sagradas Formas. Hasta el día 26 pudieron comulgar. El hermano Vall les llevaba la Eucaristía para que pudieran recibir la Sagrada Comunión. Este hermano Vall era claretiano y trabajaba como cocinero en la improvisada cárcel. Pero, al vestir de seglar, los milicianos no le creían cuando confesaba su condición de religioso y le tomaban por "un obrero explotado". También comulgaban gracias al ingenio del Padre Rector de los Escolapios, quien puso varias Sagradas Formas en la canastas donde bajaba el pan y el chocolate para el desayuno. De esta forma el Padre Sierra, que hacía las veces de Superior en aquel encierro, ponía una Sagrada Forma sobre el pan que era rápidamente comulgada por cada uno de los seminaristas. Se trataba de una rigurosa prohibición de los milicianos que los Misioneros, sin embargo, pudieron burlar con habilidad. El dos de agosto fueron fusilados los tres Superiores del Seminario, que se encontraban prisioneros en otro lugar. Sus nombres: Felipe de Jesús Munárriz Azcona, Juan Díaz Nosti y Leoncio Pérez Ramos, que habían sido encerrados en otro lugar.

Durante el encierro, los seminaristas se dedicaron, especialmente, a rezar y prepararse para el Martirio, conscientes de que este había de ser su destino (de hecho algunos, como Salvador Pigem, tuvieron, meses antes, la premonición de que iban a morir mártires). El Padre Campo Villegas reseña en el libro el testimonio de Pablo Hall "Rezábamos entre once y doce de la mañana las preces (...) teníamos lectura espiritual, sirviéndonos para ello del breviario (...), al atardecer rezábamos el rosario en comunidad, por pequeños grupos (...), al comenzar el mes de agosto hacíamos el ejercicio de la novena al Inmaculado Corazón de María (...) Cada uno en particular rezábamos muchísimo, sobre todo partes de rosario y rosarios enteros (..) bastantes rezaban cada día de 25 a 30 partes de rosario, amén de otras devociones, ratos de lectura espiritual y piadosas conversaciones". El día que fueron apresados consiguieron rescatar dos breviarios que con los que pudieron rezar y que les posibilitó tener lectura espiritual por grupos. También cantaban constantemente himnos piadosos y estrofas como el "Jesús ya sabes, soy tu soldado...", himno claretiano considerado el Himno de los Mártires de Barbastro, canción que cantaron hasta prácticamente el último segundo de sus vidas haciendo carne aquel "Por tí, Rey mío, la sangre dar". Esta canción fue compuesta por el Padre Vidal Bandrés, tío de Javier Luis Bandrés, uno de nuestros Misioneros. Durante aquellos días soportaron con entereza las amenazas de los milicianos, los insultos de los que se asomaban a las rejas, a pie de calle. Continuamente los anarquistas acosaban a los Misioneros con el objetivo de que colgasen las sotanas y se unieran al frente. En más de una ocasión, les prometieron la libertad si renunciaban a ser clérigos. Según Hall y Parussini, constantemente emitían soflamas como "no os odiamos a vosotros, sino lo que representan vuestros trapos (las sotanas). Quitaos esos trapos y uníos a la revolución". Nuestros Mártires contestaban que preferían morir por amor a Cristo e, insistentemente, daban su perdón a quienes les iban a fusilar. Otra forma de fuerte acoso que los Misioneros resistieron con aunténtico temple cristiano fue la tentación de la carne. Los milicianos metieron en el salón de los Escolapios a un grupo de prostitutas con el fin de provocar a los Misioneros, quienes resistieron aquello mirando al suelo y evitando todo contacto y conversación con aquellas mujeres "de vida alegre". Pero se dio algo verdaderamente curioso en aquellos días. Trini la Palleresa, una miliciana anarquista, se enamoró de Esteban Casadevall, pues argumentaba que se parecía al actor Rodolfo Valentino. Durante muchos días se acercó a las rejas con el fin de que este seminarista se fuera con ella. Aseguraba aquella mujer, aunque probablemente no le conocía de nada, que a Casadevall le habían engañado con la religión y que "era una pena". El chico debió pasarlo bastante mal, pero encontró refugio seguro entre sus compañeros, quienes no le dejaron tener momentos de flaqueza.

Comulgaban con las Sagradas Formas que les llevaban

Durante aquellas jornadas algunos Misioneros recibieron ofertas particulares para ser salvados. Además de la mencionada "Os damos la libertad si renunciáis a vuestras sotanas...", hubo algunos milicianos que, tras reconocer a estos seminaristas, les ofrecieron ser libres. A Salvador Pigem le reconoció un miliciano que años antes había estado trabajando en el Hotel Centro de Gerona, propiedad de los tíos de Salvador. Le ofreció salvarse. Salvador respondió "Si me salvas con los demás, acepto". A Manuel Torras Sais le reconoció un miliciano de su pueblo. Al igual que Salvador, Manuel respondió "Si es con todos, si". También Miguel Massip González rechazó la oferta de libertad propuesta por un miliciano a quien había atendido, durante una travesía, la hermana religiosa de Miguel. Creo que el testimonio de estos tres Mártires supone un aldabonazo en una sociedad tan individualista como la nuestra, donde cada uno "va a su bola y sálvese quien pueda". Se trata, en mi opinión, de un bellísimo ejemplo de compañerismo del que deberiamos tomar ejemplo. Incluso, y sobre todo, quienes nos consideramos católicos.

"Morimos perdonándoos. Obreros, os amamos". Llegó el martirio

Durante los días de cautiverio los Misioneros llenaron las paredes y los bancos del salón de los Escolapios con frases de perdón hacia quienes les iban a asesinar. Ante la petición de Hall y Parussini de llevar sus mensajes a familiares y otras personas, los Mártires escribieron en pañuelos, breviarios, devocionarios, hojas de libreta y envoltorios de chocolate. El padre Gabriel Campo Villegas recopila en su libro algunas frases memorables como son "hágale saber al R. P. José Fogued que ya no puedo ir a China como siempre he deseado" (Rafael Briega) o "Ya que no podemos ejercer el sagrado ministerio en la tierra (...) pasaremos nuestro cielo haciendo bien a la tierra" (Ramón Novich, José Amorós, Javier Luis Bandrés, Miguel Massip y otros) o "Dígale al Rvdo. P. General que yo seré el capitán de la última expedición, y que iré animándolos a todos, y que iremos todo el trayecto cantando y dando ¡vivas!". Esta última fue pronunciada por Faustino Pérez, que se había erigido en el lider de aquellos santos prisioneros. Prometió que tomaría la palabra en el cementerio para hablar a los verdugos y reiterar su perdón y el de sus compañeros hacia quienes iban a matarles. En el cuerpo de este Faustino se conserva una señal evidente del martirio, pues su cráneo se encuentra fracturado. Resulta que, al subir al camión que les trasladó al cementerio, los milicianos le arrearon con la escopeta para que dejase de cantar y de dar "¡Vivas!" a Cristo. El golpe suponía la muerte instantanea. Sin embargo, Faustino, tras un breve tiempo inconsciente, se levantó y siguió cantando. Se considera el primer milagro de estos Mártires, pues nadie se explica como pudo resistir aquello "teniendo la cabeza abierta y echando tanta sangre". Cuarenta de los Misioneros (ya se había producido el fusilamiento de seis de ellos) suscribieron una carta de despedida, escrita el 12 de agosto de 1936 por Faustino Pérez y firmada por todos: "antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, por el reinado definitivo de la Iglesia católica, por nuestra querida congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la congregación, de sus hijos mártires!". En las paredes del salón escribieron otras frases como "perdonamos a nuestros enemigos", "sangre de mártires, simiente de cristianos" o "a los que vais a ser nuestros verdugos, os enviamos nuestro perdón". Muchos de estos escritos se perdieron después de los fusilamientos. Pero otros perduraron. Cuando en marzo de 1938 las tropas "nacionales" entraron en Barbastro, aún quedaban algunas de estas y otras leyendas trazadas por los Misioneros. Muchos escritos se salvaron también gracias a que fueron escondidos en el cántaro de agua que usaban para beber. Y, como hemos visto, otros textos han llegado a nosotros gracias a Hall y Parussini. Se salvó tambén un taburete en cuyo canto puede leerse "Christe, morituri te salutant" y un texto, con la misma fecha del 12 de agosto, en el que algunos de los Misioneros se despedían de sus familias "con el corazón henchido de alegría santa, espero confiado el momento cumbre de mi vida, el martirio" (Juan Sánchez Munárriz), "Muero yo mártir, perdonándolos (a los verdugos) de todo corazón y prometiendo rogar de un modo particular por ellos y por sus familias" (Tomás Capdevila Miró), "Morimos todos contentos por Cristo y su iglesia y por la fe de España" (Manuel Martínez), "Si rezamos es para perdonar a nuestros enemigos" (Faustino Pérez), "Queridos padres: muero mártir por Cristo y por la Iglesia" (Luis Lladó), "Ofrezco el sacrificio de mi vida por las almas" (Luis Javier Bandrés). Todos escribieron frases parecidas, en las que rogaban a sus familiares que no se entristeciesen por sus muertes, pues iban a perder la vida por Cristo ganando, con ello, la Vida eterna ¡Qué fe tan admirable tenían! ¡Que ejemplo de seguimiento verdadero a Jesucristo!
 
Sobre las tres y media de la madrugada del 12 de agosto de 1936 quince revolucionarios armados entraron al salón con manojos de cuerdas ensangrentadas. Ataron, de dos en dos, a los seis mayores y los sacaron del salón, llevándoles hacia la carretera de Sariñena, a tres kilómetros del lugar. Tras ofrecerles la libertad a cambio de apostatar y unirse a la revolución. Viendo que preferían ser fieles a Jesucristo, a quien ensalzaban constantemente voz en grito, los fusilaron, dándoles posteriormente un tiro en la sien y dejándolos en el suelo para que se desangrasen y no manchasen el camión. Después los llevaron al cementerio y les enterraron bajo cal viva y tierra. Murieron de rodillas, gritando, como después harían sus compañeros, "¡Viva Cristo Rey!" y perdonando a sus verdugos.  Se trataba de:

Sebastián Calvo Martínez
Pedro Cunill Padró
José Pavón Bueno
Nicasio Sierra Úcar
Wenceslao Claris Vilaregut
Gregorio Chirivás Lacambra

A las siete de la mañana, tres horas después de las ejecuciones, se presentó en el salón uno del Comité con varios pistoleros y les tomó el nombre a todos. Era la lista negra, la lista por edades, de los que iban a llamar noche tras noche. Desde aquel momento, los santos prisioneros comenzaron a prepararse fervorosamente para la muerte. Rezaban constantemente el Rosario, hablaban unos con otros, perdonaban de corazón a sus verdugos. Eran conscientes de que no podían morir de cualquier forma, por ello debían prepararse internamente. Acudieron a su encuentro con la muerte cantando, algo que producía escozor en los revolucionarios. Estos preferían que los Misioneros hubiesen muerto desesperados, en silencio. Sin embargo se encontraron con unos jóvenes que cantaban constantemente, provocando el desquiciamiento de sus verdugos.

El 12 de agosto de 1936, cuando el reloj de la catedral de Barbastro marcaba las doce de la madrugada, irrumpieron alrededor de veinte milicianos armados en el salón de los escolapios. Llevaban cuerdas con las que ataron a los Misioneros. Uno de los milicianos, apodado "el enterrador" (Mariano Abad) ordenó que se acercasen los mayores de veinticinco años. Nadie se acercó, por ello sacó una lista que entregó a otro miliciano para que la leyese, pues él era analfabeto. El miliciano leyó:

Secundino Ortega García
Juan Echarri Vique
Javier Luis Bandrés Jiménez
Pedro García Bernal
José Brengaret Pujol
Hilario Llorente Martín
Manuel Buil Lalueza
Alfonso Miquel Garriga
Antolín María Calvo Calvo
Ramón Novich Rabionet
Tomás Capdevila Miró
José María Ormo Seró
Esteban Casadevall Puig
Salvador Pigem Serra
Eusebio Codina Millá
Teodoro Ruiz de Larrinaga
Juan Codinachs Tuneu
Juan Sánchez Munárriz
Antonio Dalmau Rosich
Manuel Torras Sais

Los Misioneros nombrados dieron un paso al frente y aceptaron, con mansedumbre, que los revolucionarios les atasen las manos. Se trataba de las mismas cuerdas con las que sus compañeros habían sido atados antes de ser fusilados. Algunos las besaron -es sangre de mártires, decían-. Juan Echarri, dirigiéndose a los que se iban a quedar aún en el salón, gritó : "¡Adios, hermanos, hasta el cielo!" ¡Qué miradas se dedicaron! ¡Cuánto cariño se tenían! El suyo fue un verdadero ejemplo de compañerismo y amistad. Sabían que no había sido casual el haber coincidido en el Seminario. Algunos, como hemos visto, tuvieron la oportunidad de haber sido liberados. Ninguno cedió, no querían salir con vida de allí sino era con el resto de sus compañeros. En un mundo como el nuestro, tan superficial ¿Cuántos seriamos capaces de hacer algo así? En esta sociedad, por desgracia, prima el "salvese quien pueda". Los Mártires de Barbastro no pensaban, ni actuaron, así. Ellos permanecieron juntos hasta el final. Sucedió que alguno de ellos tuvo muchísimo miedo. De hecho, de cara a la beatificación hubo, parece ser, dudas sobre si beatificar a uno de ellos por el terrible miedo que sintió en aquellos días. Cuentan las crónicas que lloraba de puro terror. Sin embargo, no cedió. Murió por amor a Jesucristo. Murió junto a sus compañeros, sin desistir, sin quitarse la sotana, sin renunciar a la religión (su estado clerical) ni a la fe cristiana. ¡Qué hermosa y, al mismo tiempo trágica, la historia de estos jóvenes Misioneros Claretianos! Un tal Buil, ayudante de cocina en los Escolapios, destacó que "Todos iban tranquilos, alegres, resignados. Aquellos rostros tenían en aquel momento algo de sobrenatural que no es posible describir"

Muriendo de rodillas, perdonando y amando a sus verdugos

Quienes aún iban a quedarse un poco más en el salón de los Escolapios abrazaron a sus compañeros, como última despedida en esta tierra. Miradas llenas de cariño capaces de vencer al odio que en aquellos días se vivía en Barbastro. Los milicianos se cabrearon y uno de ellos dijo "Vosotros los que quedáis, tenéis un día entero para comer, reír, divertiros, bailar, hacer todo lo que queráis. Aprovechadlo bien porque mañana a esta misma hora vendremos a buscaros como a estos y os daremos un paseíto a la fresca, hasta el cementerio. Y ahora, apagad todas las luces y a dormir".
Los veinte cruzaron la plaza del ayuntamiento, en medio de un silencio sepulcral. Los Misioneros, atados de dos en dos, caminaban serenos y a pie firme. Desde alguna ventana se escuchó "estos si que van derechos al cielo". Los seminaristas caminaban sin vacilar. Subieron al camión entre gritos de "¡Viva Cristo Rey!", desatando la ira de los revolucionarios. Las aclamaciones no cesaban. Los Misioneros alternaban los cánticos.  Hubo un revuelo pues los milicianos les golpearon para hacerles callar. El camión los llevó cerca del kilometró 3 de la carretera de Sariñena. Los verdugos y dirigentes anarquistas les conminaron: "Aún tenéis tiempo. ¿Queréis venir con nosotros a luchar contra los fascistas?". Ante estas provocaciones los Misioneros respondían "¡Viva Cristo Rey!" Los revolucionarios instieron "Gritad al menos viva la revolución", algo que fue respondido por los Misioneros con un alborozado "¡Viva Cristo Rey!". Sobre las 12:40 de la madrugada sonó una descarga tremenda acompañada de los respectivos tiros de gracia: uno por uno. Murieron de rodillas, con los brazos en cruz, mientras gritaban "¡Viva Cristo Rey!" y decían, a sus verdugos "os perdonamos". Cerca de allí, en "Torre Jaqueta", cuatro campesinos se levantaron aterrorizados al escuchar los disparos. Aún recuerdan con escalofrío aquellas noches donde el horror y el Martirio se cruzaron. Los milicianos, como habían hecho con los seis anteriores, enterraron a los jóvenes Mártires en el cementerio, bajo una capa de cal y tierra.

Nuevamente los milicianos dejaron desangrarse los cadáveres para que no manchasen el camión y los volvieron a cargar para llevarlos al cementerio. Al día siguiente aún podían verse en el lugar estampas, libros y un zapato pertenecientes a los asesinados. Los Misioneros que aún seguían con vida permanecieron en el salón de los Escolapios, aguardando su martirio. Escucharon perfectamente las detonaciones, como cuenta Pablo Hall "Todos estábamos rezando por nuestros hermanos (...) dos comenzaron una parte del santo rosario, meditando los misterios de dolor, y al oir los disparos , anunciaron los misterios de gloria. Otro llegó a rezar veinte veces el "Magníficat", uno por cada hermano fusilado". Los que aún quedaban en el salón de los Escolapios se prepararon para el que creyeron su último día de vida. En realidad les iban a hacer esperar un día más. Se trataba de:

Luis Masferrer Vila
Francisco Castán Messeguer
José María Amorós Hernandez
Luis Escalé Binefa
José María Badía Mateu
José Figuero Beltrán
Juan Baixeras Berenguer
Ramón Illa Salvia
José María Blasco Juan
Eduardo Ripoll Diego
Luis Lladó Teixidor
Francisco Roura Farró
Miguel Massip González
José María Ros Florensa
Manuel Martínez Jarauta
Alfonso Sorribes Teixidó
Faustino Pérez García
Agustín Viela Ezcurdia
Sebastián Riera Coromina
Rafael Briega Morales


Pero no los mataron ese día. Les hicieron esperar áun durante una jornada más. Un día más de tortura. Les quedaban aún veinticuatro horas para ser mártires. Tuvieron tiempo para escribir su testamento:

«Querida congregación. Anteayer día 11 murieron, con la generosidad con que mueren los mártires, seis de nuestros hermanos; Hoy, día 13, han alcanzado la palma de la victoria veinte hermanos nuestros. Y mañana, día 14, esperamos morir mártires los veinte restantes ¡Gloria a Dios, Gloria a Dios! ¡Y qué nobles y heroicos se están portando tus hijos, Congregación querida!
Pasamos el día animándonos para el martirio y rezando por nuestros enemigos y por todo nuestro querido Instituto. Cuando llega el momento de designar las víctimas, hay en todos serenidad santa y ansia de oír el nombre para ponernos en las filas de los elegidos. Hemos visto a unos besar los cordeles con que los ataban y a otros dirigir palabras de perdón a la turba armada. Cuando van en el camión hacia el cementerio, les oímos gritar ¡¡Viva Cristo Rey!!
Son tus hijos, Congregación querida, éstos que entre pistolas y fusiles se atreven a gritar serenos cuando van hacia el cementerio: ¡¡¡Viva Cristo Rey!!!
Mañana iremos los restantes y ya tenemos la consigna de aclamar, aunque suenen los disparos, al Corazón de Nuestra Madre, a Cristo Rey, a la Iglesia Católica y a ti, madre común de todos nosotros. Me dicen los compañeros que yo inicie los vivas y que ellos ya responderán. Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones y en nuestros clamores entusiastas se adivina a ti, querida Congregación, el amor que te tenemos.
Morimos todos contentos, sin que nadie sienta desmayos ni pesares. Rogamos todos pidiendo a Dios que la sangre que caiga de nuestras venas no sea sangre vengadora, sino sangre que estimule tu desarrollo por todo el mundo. Adiós, querida Congregación. Tus hijos, mártires de Barbastro, te saludan desde la prisión y te ofrecen sus dolores y angustias en testimonio de nuestro amor fiel, generoso y perpetuo. Morimos por llevar la sotana y moriremos precisamente en el mismo día en que nos la impusieron. Los mártires de Barbastro y en nombre de todos, el último y más indigno… Faustino Pérez». Él mismo es el autor de la inscripción grabada en el paralelepípedo de madera que puede verse en elhttp://www.martiresdebarbastro.org/museo.html, donde decía "¡Obreros! Los mártires morimos amándoos y perdonándoos" y "¡Viva el Reinado social-cristiano! ¡Obreros, os amamos! ¡Viva el Corazón de María!"

Icono ruso dedicado a los Mártires de Barbastro

Pablo Hall y Atilio Parussini, como hemos visto, no murieron mártires. Por ello son los testigos que más fielmente nos han contado todo lo acontecido en aquellos días. Durante la madrugada, poco después de ser fusilados Salvador Pigem y sus compañeros, unos milicianos avisaron a los dos seminaristas argentinos de que iban a ser trasladados a Barcelona. Se despidieron de sus compañeros, quienes estaban muy animados y aseguraban que irían todo el camino dando "vivas a Cristo Rey, al Corazón de María, a la religión católica y al Papa". Todos entregaron a Parussini y Hall diversos objetos como recuerdo y, también, los mensajes que habían escrito en pañuelos y hojas. Mensajes dirigidos a familiares, al Superior de la Congregación u a otras personas. Cómo habían hecho anteriormente, los milicianos arrojaron a los pies de los Misioneros los cordeles ensangrentados asegurando que al día siguiente les tocaría a ellos. Los futuros Mártires preguntaron "Y¿Por qué no esta misma noche?".

Pasaron el día rezando o bien el breviario o bien el rosario, conversando  recibiendo el Sacramento de la Reconciliación, pues aún quedaba entre ellos un sacerdote, el Padre Luis Masferrer, quién fue dando personalmente la absolución a cada uno. Ya por la noche apareció un grupo de escopeteros en el salón de los Escolapios. Un miliciano, conocido como Torrente, les llamó por lista y les preguntó "¿Queréis luchar contra el fascismo o ser fusilados?" Los misioneros respondieron: "Preferimos morir por Dios y por España". Se abrazaron entre ellos, despidiéndose, y, mientras eran atados con las cuerdas ensangrentadas, pronunciaban frases de perdón y de gratitud: "Os perdonamos con toda nuestra alma".  La plaza se encontraba llena de gente. Los Misioneros caminaron hacia el camión, en completo silencio. Muchos se sintieron sobrecogidos al ver sus rostros jóvenes. Mariano Abad, apodado "el enterrador" volvió a hacerles una oferta "si venís a luchar contra los fascistas y renunciais a vuestra religión os perdonamos la vida". Nadie contestó. El enterrador insistió, blasfemando varias veces. No hubo respuesta o, al menos, no la respuesta con la que los milicianos contaban. Ya en el camión  se oyó un fuerte "¡Viva Cristo Rey!", grito secundado por el resto de Misioneros. Mariano Abad les golpeó con la culata de la escopeta y hundió el cráneo a Faustino Pérez. Este "por más que le pegaban, más enardecido gritaba".

Ya en el kilómetro 3 de la carretera de Sariñena fueron echados al suelo "como fardos". Los Misioneros, de rodillas, con los brazos en cruz, repitieron sus jaculatorias y su perdón "Adios hermanos, pediremos a Dios por vosotros", "Viva la Asunción" o "si me disparan sangrientas balas, daráme alas el ideal ¿Y que ideal? Por Tí, mi Reina, la sangre dar...". Varios segadores que se encontraban cerca pudieron escuchar el espectaculo. Los Mártires, mientras sus verdugos les encañonaban, repetían "Perdónalos Señor, que no saben lo que hacen" y apretaban fuertemente el crucifijo o el rosario entre las manos.  Los milicianos volvieron a preguntar "¿Qué preferís: ir en libertad al frente o morir?". Los misioneros dijeron, unánimes: "Morir... ¡Viva Cristo Rey!". Los fusiles emitieron una brutal descarga acompañada de tiros de gracia. Volvieron a quedar, durante un tiempo, en el suelo desangrándose. Curiosa la hipocresia de los verdugos. Eran capaces de matar, pero luego se cuidaban de mantener limpio el camión. Al día siguiente, sobre el terreno aún quedaban restos pertenecientes a los jóvenes Mártires: cristales rotos de sus gafas, armazones y varillas, rosarios, escapularios medio deshechos, trozos de ropa, medallas y crucifijos. Los Mártires, igual que los compañeros que les habían precedido, fueron enterrados bajo una capa de cal y tierra en el cementerio.

El 18 de agosto, tres días después, murieron acribillados, en el mismo lugar los dos seminaristas Claretianos que llevaban en el hospital desde la tarde del 20 de julio. Sus nombres: Jaime Falgarona y Atanasio Vidaurreta. Llevaban desde el 15 de agosto en una celda de la cárcel municipal, donde estaban con algunos sacerdotes y varios seglares católicos. Conscientes de su destino, se prepararon para su martirio y dedicaban largas horas a la oración, rezando las tres partes del rosario (aún no se rezaban los Misterios Luminosos) y otras oraciones. Fueron fusilados junto al camión, en el mismo lugar donde días antes sus compañeros cayeron abatidos. También fueron enterrados bajo tierra y cal en el cementerio. En abril de 1939 fueron desenterrados los restos de todos los Misioneros Claretianos de Barbastro. Hoy sus restos se conservan bajo la cripta de la iglesia del Corazón de María de la capital del Somontano, junto al Museo dedicado a los Mártires, que fue inaugurado en 1992.

Aguantaban, cristianamente, los insultos y las provocaciones


 Se trata, posiblemente, de una de las crónicas martiriales más importantes, e impactantes, de la historia de nuestro país y, acaso, de la historia de la Iglesia Católica. Hemos oído hablar, en muchas ocasiones, sobre las persecuciones contra los cristianos acontecidas durante el Imperio Romano. Nos suenan lejanas en el tiempo. Puede impactarnos escuchar la vida de los Santos Niños Justo y Pastor, de San Tarsicio, de Santa Cecilia y otros. Sin embargo, al menos es mi caso, reconozco que descubrir esta historia de los Mártires de Barbastro ha sacudido profundamente mi corazón, mi alma. Ya la conocía pues hace un par de años acudí al cine a ver la película "Un Dios Prohibido", que trata precisamente sobre su martirio. Pero no es lo mismo verlo en una película que visitar el lugar donde todo ocurrió, pisar las calles que ellos pisaron, mirar el Museo de los Mártires de Barbastro y recrear en la imaginación cómo era el Seminario en el que vivieron (el museo se levantó sobre sus ruinas). Tampoco es lo mismo ver a los actores que encontrarte de frente con las fotografías de los Mártires, con sus pertenencias, con sus escritos. Se suele decir, al visitar lugares históricos "estoy tocando la historia". Eso me ha sucedido en este diciembre de 2015. He tocado la historia acontecida en julio-agosto de 1936. He sentido, realmente (y no como algo imaginario, sino como algo verdaderamente real y palpable) a los 51 Misioneros Claretianos de Barbastro que hoy la Iglesia venera como beatos. Siento que Salvador Pigem, a pesar de que nació sesenta años antes que yo, es mi hermano. Siento que los cincuenta y un Mártires de Barbastro son mis padrinos espiritualmente hablando. Por otra parte, su vida y, también, su forma de morir, me interpela fuertemente a seguir su ejemplo. Siento que me llaman, desde el Cielo, a ser Misionero del Evangelio en este siglo XXI. Siempre he sido una persona algo tímida y, sinceramente, algo acomplejado. El acoso escolar que viví de pequeño, y el desprecio sufrido en mi historia por diversas personas, incluso de la parroquia, dejó una fuerte herida en mi alma. Por ello, en muchas ocasiones, he desperdiciado oportunidades de evangelizar o dar testimonio de mi fe por el "qué dirán". Sin embargo, hoy siento que los Mártires de Barbastro me llaman a evangelizar, a dar mi vida por Cristo, a desgastarme buscando la salvación de otras almas ¿Cómo? Quizá, simplemente, mediante un testimonio de verdadera vida cristiana y mediante el uso de la palabra, sea escrita u oral. Quizá me llame a ir de misionero a otros lugares. Sólo Dios lo sabe. Pero siento que ellos, los Mártires de Barbastro, me interpelan y me dicen "no tengas miedo, tranquilo, estaremos contigo". Espero que este artículo os sirva para conocer una historia sucedida en el pasado más reciente de nuestro país. Una historia que ojalá nunca más vuelva a repetirse. Os animo a seguir investigando la vida de estos Misioneros Claretianos. Os invito a conocerles y a pedirles que intercedan por vosotros y os ayuden. Creedme, así lo harán.


Me gustaría terminar con unas palabras realmente bellas que resumen a la perfección tanto la historia de los Mártires de Barbastro como mi reflexión final. Se trata de la reseña que aparece en la contraportada del libro que ha servido como principal fuente documental de este artículo, escrito por el sacerdote Gabriel Campo Villegas: "Eran de nuestra misma sangre. Comían junto a nosotros, al amanecer, el cuerpo sagrado del Señor y bebían su sangre. Recitaban el mismo credo y las mismas oraciones que nosotros. Sufrieron las mismas dificultades y tentaciones: el acoso del mundo, la astucia del mal y la codicia de la carne. Pero al ser llamados por su nombre, no amaron tanto la vida que temieran la muerte. Regaron nuestra carne, nuestra casa, con su sangre, mientras su corazón perdonaba y amaba a quienes les mataron. Ahora viven con nosotros, en nuestra comunidad. Acompañan a su pueblo desde dentro. Nos ofrecen su sangre: Esta es nuestra sangre. Y oran por nosotros".

Fuentes:

Gabriel Campo Villegas: Esta es nuestra sangre. Un seminario mártir (Publicaciones Claretianas, 2013).

Esteban Casadevall y compañeros mártires de Barbastro

Mártires de Barbastro