lunes, 13 de julio de 2015

Hasta siempre, Milenio 3. Contigo tanto aprendí....



Escribo esto a las 4:32 de un domingo 28 de junio de 2015. Acaba de terminar la última emisión de la historia de Milenio 3, mi programa de radio favorito.

Quienes me conocéis personalmente sabéis que soy alguien bastante peculiar, según me define mucha gente. Soy católico y a la vez, o quizá debería decir "por tanto", me apasiona el mundo del Misterio. Me encanta informarme sobre esa realidad en la que creemos, aunque no podamos verla. Realidad en la que creo. Realidad de la que puedo decir que "sé", que está ahí. Recuerdo ir de pequeño con mi padre, en el coche, por aquellas carreteras secundarias, al colegio, o al pueblo, escuchando programas de radio donde, en ocasiones, hablaban personas como el Doctor Jímenez del Oso, Germán de Argumosa y otros sabios. Conversaban sobre temas que me apasionan: sobre el Misterio y los fenómenos con él relacionados. Tengo profunda fe en que existe vida más allá de esta vida material, que tenemos un alma que pervive en el tiempo. Pero no es una creencia solo por el hecho de ser católico sino que, por diversas experiencias que a lo largo de la vida me han ocurrido, estoy firmemente convencido de que tras la muerte física sigue habiendo vida. Quizá los escépticos me dirán "eres un soñador", pero creo que los soñadores, de un modo negativo, son los que creen que tras la muerte no hay nada más que el puro vacío.

Recuerdo los años en que padecí acoso escolar. Fue entre 1992 y 1998. A pesar de esa situación de "día de la marmota" que vivía, donde sentía el desprecio que algunas personas proyectaban hacia mi casi a diario, yo era feliz. Esto era, sobre todo, gracias a tener unos excelentes padres, buenas hermanas, geniales tíos y primos y grandísimos amigos. Pero si había algo que me hacía seguir adelante fue precisamente esa afición por el Misterio. Recuerdo aquellas noches de insomnio escuchando a mi añorado Juan Antonio Cebrián en su Rosa de los Vientos. Muchas noches no podía dormir, pues me bloqueaba pensar que quizá al día siguiente alguien me iba a tratar mal en el colegio, pero la voz de aquel extraordinario periodista albaceteño me consolaba "Donde la noche se enamora del Misterio y envuelve en su capa a esas almas heridas de soledad para que no mueran de frío. Donde la noche se transforma en una voz y acuna la imaginación y los sueños de libertad donde la esperanza pasea de la mano del saber...". Durante el día, si sentía que las lágrimas estaban apunto de derrotarme, conseguía vencer esa sensación sabiendo que por la noche sería envuelto en esa capa protectora. Cebri fue la primera persona a la que consideré mi amigo aunque no nos conocíamos personalmente. Lloré su muerte como si le hubiera conocido en persona.

Alguna vez he hablado de ese niño de trece años que navegaba por Internet leyendo sobre misterio, leyendas, fantasmas, ovnis y otras cuestiones relacionadas con el mundo de lo extraño e insólito. Escuchaba, en mi más tierna infancia, programas de radio como Turno de Noche, Espacio en Blanco o la mencionada La Rosa de los Vientos. Pero fue en 1999 cuando escuché hablar de otra persona a la que considero amigo aunque apenas haya tenido tres conversaciones fugaces con él. Se trata de Iker Jímenez. Me encontraba con un amigo en una librería y vi un libro que me llamó poderosamente la atención: "Enigmas sin resolver". Hasta entonces yo no había escuchado mucho el nombre de su autor, debo admitirlo, pero buscando en la red comencé a seguirle a través de lo que iba escribiendo. En los años siguientes participé en una lista de correo donde Iker y Carmen Porter también participaban. En 2002 el amigo antes reseñado me dijo "¿Sabes que van a poner un programa de misterio en la Cadena SER?", sin embargo no comencé a escucharlo hasta 2004, pues el horario por entonces no me venía nada bien y si mal no recuerdo los podcast aún no existían.

Una vez pasaron las navidades de 2004, donde ocurrieron ciertos hechos que me hicieron plantearme muchas cosas en mi vida, comencé a escuchar Milenio 3. Recuerdo que uno de los primeros programas fue el que emitieron desde Bélmez de la Moraleda al poco tiempo de fallecer María Gómez Cámara, la dueña de aquella casa donde en 1971 aparecieron unos extraños rostros que meses después ocuparían las portadas de los principales periódicos de nuestro país, entre ellos el mítico Diario Pueblo. Me impresionaron las psicofonías que pusieron en el programa. Pero, sobre todo, lo que más me llamó la atención fue el hecho de que a altas horas de la madrugada hubiera gente escuchando en vivo y directo un programa de radio. Soy un amante de la radio. Cuando era pequeño me aficioné a escucharla. Recuerdo ir con mi padre, en el Renault 25, surcando las carreteras españolas mientras escuchábamos a Luis del Olmo. También a Juan Antonio Cebrián, quien a veces hacía especiales por la tarde. Recuerdo, por ejemplo, un programa suyo sobre los templarios que me encantó. Realmente lo que me pareció fascinante fue que hubiera gente a unas horas tan intempestivas viendo el programa en directo desde Bélmez de la Moraleda.

Seguí escuchando Milenio 3. En 2004 hubo programas que me entusiasmaron, como la mítica e inolvidable Alerta Ovni celebrada  el 25 de junio. Yo estaba en mi pueblo palentino, Santoyo, pues eran las fiestas de la localidad. Esa noche decidí salir a las eras con la radio, a escuchar la Alerta en directo, mientras contemplaba el cielo. Estaba a solas, en medio de la más absoluta oscuridad, en plena meseta castellana. .. Solo veía, al fondo, las luces del pueblo. Serían alrededor de las tres y media o cuatro de la mañana cuando vi una luminosidad que me pareció extraña cruzando el cielo, por encima del pueblo. En esa época se interactuaba con el programa a través del “SMS al 7604 con la palabra clave Milenio y lo que vosotros queráis”. Envié un mensaje contando lo que acaba de ver, aunque no salió en antena. Alguien escribió diciendo que en Requena, no muy lejos de Santoyo, habían visto algo parecido a lo que yo vi. 



Transcurrió una nueva temporada de Milenio 3. Mi padre no escuchaba el programa, pues era tarde para él y no estaba bien de salud, pero siempre le contaba lo que habían dicho esa noche en Milenio 3 y lo comentábamos. Recuerdo un programa en el que hablaron de las sombras misteriosas que se habían visto en el incendio del Windsor. Buscamos en Internet las imágenes y realmente parecía que había unos individuos buscando papeles. Mi padre falleció el 18 de julio de 2005. Estoy seguro que desde la Eternidad ha escuchado el programa, pues le encantaban este tipo de temas. De hecho yo me aficioné gracias a él. Aún recuerdo leer de pequeño, cuando apenas estaba aprendiendo a leer, cosas sobre el Niño de Somosierra, cuyo caso siempre me impactó mucho. Hace unos meses Carmen Porter leyó una carta que les envié relatando la historia de mi padre. 

Llegó 2006, año en el que surgió el foro milenarios.tk, donde hice buenos amigos como Estela, Marina, Lidia, Axel, Diegus, Pablo Aparicio… disfruté mucho escribiendo en ese foro, pues para mi supuso el poder compartir experiencias que había vivido relacionadas con el Misterio sin ser tomado por loco. Hicimos una buena comunidad pues no solo foreabamos sino que comentábamos el programa en directo mediante las “multiconver” del Messenger. En 2007 comencé el Introductorio del Seminario, proceso del cual informaba a mis amigos del foro. Fui en verano de dicho año a Tarragona y un día nos bañamos cerca del camping de Los Alfaques. Recuerdo que comenté en el foro lo que viví en ese lugar. No vi nada concreto, pero si sentí alguna presencia y, lo más llamativo, aún recuerdo cómo ardía el agua… cuando todos los compañeros decían que el agua estaba fresca. Quizá haya quién esto no lo entienda, pero fue como captar algún eco del pasado, de lo vivido en ese lugar cuando en 1978 se incendió elcamping.
En 2008 entré en el Seminario y seguí  escuchando Milenio 3, aunque reconozco que a veces me sentía un poco como el bicho raro, pues a nadie le gustaban estos temas o, al menos, nadie se atrevió a mostrar su interés por ellos. Me animaron, eso si, varias conversaciones que tuve con el entonces rector, quien me dijo que podía escuchar el programa siempre que no me quitase tiempo para hacer otras cosas, pero que escucharlo no era ni bueno ni malo. Me sorprendió escucharle hablar sobre Jiménez del Oso y el Padre Pilón. Solo estuve unos meses en el Seminario, pues vi que aquella no era mi vocación. Pero tengo grabado en mi memoria el recuerdo de aquellas noches escuchando Milenio 3 en mi habitación, contemplando Madrid desde la ventana. También hubo noches que salía a escucharlo a la azotea o fui a pasear por la explanada del Cerro de los Ángeles en plena madrugada, mientras escuchaba Milenio 3 y observaba las estrellas.


Cuando salí del Seminario hubo algunas circunstancias que me llevaron a sufrir una fuerte depresión, la cual me duró entre marzo de 2009 y junio de 2012. Debido a la depresión y a una mala experiencia que tuve leyendo “Camposanto” y  que me causó un miedo atroz, me alejé del mundo del misterio,  pues realmente llegué a perder la motivación por estos temas y no tenía ganas de seguir escuchando Milenio 3. Por ello estuve como dos años en los que apenas lo escuchaba en alguna ocasión. Sin embargo, algo comenzó a cambiar en otoño de 2011. Hubo una serie de programas que recuerdo con mucho cariño sobre unas figuras ensotanadas que fueron vistas en carreteras de diversos puntos de España. Hubo una que me llamó poderosamente la atención, la del Monte Abantos, cerca de Guadarrama, pueblo donde pasé entrañables veranos de mi infancia y adolescencia. Comencé a recuperar la ilusión por volver a escuchar Milenio 3 y por acercarme de nuevo a estos temas. 

Pero la experiencia clave ocurrió la noche del 9 de junio de 2012. Hubo, de nuevo, Alerta Ovni. En esa ocasión pasé la noche en Pelayos de la Presa con unos amigos. A uno de ellos, Adri, le había conocido un año antes y habíamos congeniado mucho. Me invitó esa noche a una barbacoa en su casa y le dije que después podíamos escuchar la Alerta Ovni. Así hicimos. Esa noche viví sensaciones que hicieron renacer a ese niño de 13 años que llevaba dentro pero que de algún modo estaba como dormido en mi interior. Fue una noche especial, escuchando un gran programa de radio, una Alerta Ovni mágica y llena de avistamientos, noche oteando el firmamento y compartiendo experiencias relacionadas con el Misterio. Tuvo como colofón algo que vi cruzar el cielo de Pelayos sobre las cinco de la mañana. Si mal no recuerdo, el programa había terminado poco antes y me quedé un rato en el jardín, contemplando el firmamento. En un momento dado observé una fuerte luminosidad pasar por encima de la casa de mi amigo. Tras un breve recorrido, yendo a cámara lenta, se paró y, tras un rato detenida, se fue en otra dirección a toda prisa. Aquella noche me sanó. Me di cuenta meses más tarde, ya en diciembre. Mi vida había cambiado a mejor aquella noche del 9J y en gran parte gracias a Milenio 3. 


Ahora toca despedirse de un programa que permanecerá para siempre en el lugar más preciado de mi alma. Toca agradecer a Iker sus enseñanzas y su afán por hacernos reconectar y reencantarnos con el Misterio en su más amplio sentido. Porque Misterio no es sólo el hombre pez de Liérganes o las Caras de Bélmez. Misterio puede ser el preciado don de la amistad, la sonrisa de un niño o un bello atardecer en lo alto de una montaña. Gracias Iker por, como decían los del grupo FANTA, hacérmelo pasar mal con tu programa semanal durante estos trece años. Gracias por esas palabras de consuelo a otros oyentes, palabras que sentía como si fueran también dirigidas a mí cuando estaba deprimido. Gracias Iker por ser un auténtico ejemplo de lo que debe ser un periodista enamorado con su profesión y apasionado por  el Misterio, en búsqueda permanente de la Sabiduría. Gracias por un Milenio 3 con el que tanto aprendí. Aunque a veces tenía que escucharlo bajo las sábanas, debido a la inquietud que me suscitaban algunos temas, como cuando en el programa se hablaba de la niña de Vallecas.
Gracias Carmen Porter porque has sido la gran ayuda de Iker en esta aventura que ha supuesto Milenio 3. Gracias por leer mis SMS y mis tuits. Gracias también porque has defendido, igual que Iker, a la Iglesia cuando algunos oyentes, o algún colaborador, hizo críticas desafortunadas. No es políticamente correcto hablar bien de la Iglesia, o al menos con respeto. Siempre habéis respetado a la Iglesia, y eso es algo para agradecer. Gracias Santiago Camacho, por enseñarnos tanto sobre sociedades secretas, mecanismos de control o leyendas urbanas. Gracias también por esos “amigos” tan peculiares y por tu sentido crítico con esa realidad que pretenden vendernos. Gracias también a Javier Sierra, quien hace unos meses me dio una serie de consejos muy valiosos para  ser escritor, mi verdadera vocación. Gracias a Clara Tahoces, quien me ha hecho disfrutar con esos casos de su archivo que nos traía cada semana. Gracias también a Diego Marañon y Javi Pérez Campos. Creo que ambos tienen un buen futuro en el periodismo de lo sobrenatural. 


En definitiva, se ha acabado Milenio 3, un programa que nos ha enseñado a ver la realidad con otros ojos, también con esa Mente Positiva que durante algún tiempo nos trajo Alberto Granados. En un mundo con tanta negatividad se agradece que haya personas que nos impulsen a ser positivos. Iker decía en el último programa que ahora era turno de los milenarios. Nosotros tenemos que aplicar todo lo que nos han enseñado durante trece años en Milenio 3. Un Milenario es alguien con mentalidad positiva y curiosidad por la vida. Alguien apasionado por aprender, investigar y descubrir cosas  nuevas. Alguien que trata a la naturaleza y a su prójimo con sumo cariño y buen rollo. El milenario nunca juzga de antemano a una persona sino que se muestra dispuesto a conocerla de verdad. Si, ahora es nuestro turno, es el momento de aplicar todo lo que hemos aprendido en estos años. Si los valores milenarios impregnasen la sociedad, creo que todos ganaríamos mucho.

Se ha terminado Milenio 3. Ahora comienza una nueva etapa. Los programas siempre quedarán en los podcast. Probablemente comience a escuchar Milenio 3 desde el principio. Recordaré tantas sensaciones vividas en estos años. Recordaré programas como un especial que emitieron por la tarde, sobre la Atlántida, o uno que escuché yendo de Santoyo a Madrid, en el coche de mis primos y que dedicaron a hablar del llamado Prenauta. Recordaré el Caso Viandas, las investigaciones en Ochate y Belchite. Recordaré el programa de la Diputación de Granada y su "cavernosa" psicofonía. Tantos programas, épicos y míticos programas con los que tanto he aprendido.. Para Carmen e Iker Milenio 3 ha sido el verano más largo de sus vidas. Ahora toca retirarse a los cuarteles de invierno, a descansar. Creo que se lo merecen después de tantos años. Recuerdo que al principio incluso hacían el programa en nochebuena o nochevieja, aunque en el resto de emisoras pusieran programas enlatados. Iker y Carmen siempre estuvieron al pie del cañón. Por eso merecen descansar y emprender proyectos nuevos en los que, estoy seguro, seguirán contando con el apoyo de todos los milenarios. Lo injusto es es echarles en cara haber dejado la radio, como han hecho algunas personas. Es algo realmente injusto. Iker y Carmen lo han dado todo en estos trece años, y los milenarios tenemos que estarles eternamente agradecidos. Para mí, escuchar Milenio 3 durante estos años ha sido un proceso mágico y enriquecedor, donde he conocido grandes personas y he tenido experiencias que, probablemente, no hubiera vivido de no existir Milenio 3. Los recuerdos de estos años escuchando Milenio 3 por las noches, estuviera donde estuviera, permanecerán grabados en mi alma. Hasta siempre Milenio 3. Gracias por todo.


miércoles, 1 de julio de 2015

Enseñanza sobre la oración



Hoy comparto una enseñanza que dí hace un par de meses en un grupo de la Renovación Carismática Católica, sobre la oración basándome en algunos puntos del Catecismo.



2568 La revelación de la oración en el Antiguo Testamento se encuadra entre la caída y la elevación del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: “¿Dónde estás? [...] ¿Por qué lo has hecho?” (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: “He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 7; cf. Hb 10, 5-7). De este modo, la oración está ligada con la historia de los hombres; es la relación con Dios en los acontecimientos de la historia humana.

Dios es quién nos busca cuando nos ponemos a orar. Pensamos que somos nosotros quienes vamos a estar con Él. Cómo si fuera algo que nace de nuestra voluntad Pero, en realidad, ha sido el Señor quien nos ha buscado. Somos un pensamiento suyo. Desde la Eternidad nos ama y, aunque evitemos pensar en Él o, incluso, le neguemos, siempre está con nosotros. Nos llama porque nos ama, y lo hace de tal modo que entregó a su Hijo para darnos la vida eterna. Esa vida cuyas puertas se cerraron con la caída de Adán y Eva. Cuando pecamos, podemos creer que nosotros somos quienes nos reprochamos el haber caído en pecado. Pero, en realidad, es Dios quien nos habla, a través de nuestra conciencia. A Dios se le encuentra entre los pucheros, en el desierto o en lo alto del Everest. Ocurre que muchas veces creemos estar solos y pensamos que no podemos hablar con nadie. Pero Dios está con nosotros y, por ello, debemos tenerle siempre presente. Con Él siempre podemos hablar, siempre está disponible, sobre todo en los momentos de sufrimiento o de peligro. Dios está siempre disponible para escucharnos. No debemos limitarnos a rezar durante quince, treinta o sesenta minutos cada día. Todo momento es momento para la oración. Orar, enseñaron los Padres de la Iglesia, es algo tan humano como respirar, comer, o amar. Los Padres de la Iglesia nos invitan a la oración continua. Lo decía Santa Teresa de Jesús “a Dios se le encuentra entre los pucheros”. Mientras cocinamos, podemos orar, mientras comemos, podemos orar, mientras caminamos igual… en todo momento, teniendo siempre presente a Jesús en cada momento de nuestra vida pensemos. Al ir actuar debemos pensar ¿Qué haría Jesús? Para tratar de seguir su ejemplo. Tener presente en todo momento a Dios en nuestro quehacer diario nos purifica. Orar purifica y nos ayuda a resistir las tentaciones, Dios es nuestra fortaleza y auxilio, nos quita cualquier miedo que podamos tener y nos ayuda a ser felices.
Caemos en pecado cuando dejamos de tener presente a Dios en nuestra vida. Cuando nos dejamos engañar por el tentador, quien  nos hace caer. Adán y Eva cayeron por una curiosidad malsana. Fueron engañados por la serpiente, que les prometió que serían “como dioses”, con capacidad de decisión sobre el bien y el mal. Se engañaron pensando que podían desobedecer a Dios. Esta actitud, que conlleva soberbia, sorprende a un Dios que ha creado al hombre por amor y ve como su criatura se desvía de lo que le había mandado. Dios se sorprende de las caídas del hombre a lo largo de Biblia, la historia humana y, también, de nuestra propia vida. De Dios no se ríe nadie. Pero El nos ha creado por amor. El amor no es impaciente, no exige y siempre perdona. Dios no puede obligarnos a amarle, nos lo ofrece pero no puede obligarnos. Un amor obligado no es verdadero amor. A Adán y Eva no les obliga a amarle, pero si a serle fieles en cuanto no comer del árbol de la vida. Sin embargo, ellos comen. Al desobedecer caen en el pecado. Se alejan de Dios. No supieron ser fieles en lo pequeño, lo cual conlleva su expulsión del paraíso.


Somos libres para amar a Dios, pero nuestra naturaleza humana ha sido creada para cumplir su voluntad. Adán y Eva traicionan su propia naturaleza al desobedecer a Dios. Por ello hace falta que esa naturaleza, herida por el pecado, sea sanada. El Señor, a lo largo del Antiguo Testamento, envía profetas que enseñan al hombre la necesidad de convertirse para recuperar la naturaleza de hijo de Dios y merecer la vida eterna. Finalmente, Dios envía a su Hijo, a Jesucristo, que se hace semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Al asumir nuestra naturaleza, esta queda sanada. Muere, tal como Él mismo enseña en varias ocasiones, pero como es Dios resucita. Con su Resurrección abre de par en par las puertas del Paraíso. Nada más resucitar lleva a los difuntos que habían sido justos al cielo. Pero ¿Por qué Jesús hace todo esto? Porque ha venido para hacer la voluntad del Padre. También es tentado por el diablo, como Adán y Eva. Pero le vence mediante la oración. El propio Jesús habla de demonios que solo pueden ser expulsados mediante la oración. Jesús nos enseña a orar. Nos enseña el Padrenuestro, nos señala el camino para la oración cuando se retira al monte, en silencio, a orar. Pero Jesús oraba en todo momento al Padre, le tenía presente siempre. Cuando reza por los enfermos o cuando camina por la calle y la hemorroísa le toca el manto. Sana no porque sea un mago o un chamán, sino porque en todo momento tiene presente al Padre, habla con Él constantemente. Esto le permite cumplir la voluntad del Padre.

Nosotros debemos seguir el ejemplo de Jesús. Hemos de estar en continua oración. Cuando vamos por la calle, podemos pedirle a Dios por las personas con las que nos encontramos, especialmente si vemos que sufren. Cuando cocinamos, para que ese alimento ayude a nuestros invitados y para agradecerle el propio alimento. Cuando alguien nos cuenta un problema pues para que Dios le ayude. Somos Reyes, Profetas y Sacerdotes. Esto, que suena tan bonito, debe hacerse realidad en nuestra vida. Si somos sacerdotes por el bautismo es porque podemos interceder, mediante la oración, por nuestros hermanos. Como hacía Jesús. Sigamos su ejemplo de esa forma. 



La creación, fuente de la oración
2569 La oración se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. Los nueve primeros capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre divino por Enós (cf Gn 4, 26), como “marcha con Dios” (Gn 5, 24). La ofrenda de Noé es “agradable” a Dios que le bendice y, a través de él, bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es justo e íntegro; él también “marcha con Dios” (Gn 6, 9). Este carácter de la oración ha sido vivido en todas las religiones, por una muchedumbre de hombres piadosos.
En su alianza indefectible con todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.

Abel, al ofrecer los primogénitos de su rebaño a Dios, está ofreciendo los frutos de su trabajo. A Dios se le encuentra entre los pucheros. El trabajo no debe ser algo mecánico y aburrido. No vale trabajar “porque algo habrá que hacer para comer”. Es cierto que el trabajo es visto como un castigo, pues tras la expulsión del Paraíso Dios dijo “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Pero, en realidad, no es un castigo. Bastante castigo fue expulsar al hombre de aquello para lo que le había creado. De hecho, si leemos el Génesis vemos que Dios creó al hombre para que trabajara, pues le concedió el don de dominar la creación. Quizá la diferencia era que, tras el pecado original, obtener los frutos del trabajo es algo costoso para el hombre. Pero, volvamos una vez más la mirada a Jesús. Durante casi toda su vida trabajó como un artesano. El Señor nos invita a amar el trabajo como condición de vida y medio de santificación. El trabajo no es solo vital para el progreso de la sociedad sino también un camino de santidad, como enseñaba Escrivá de Balaguer. Repito, a Dios se le encuentra entre los pucheros, también cuando trabajamos. No seamos comos esos holgazanes que dicen trabajar y matan el tiempo mirando Facebook. Debemos trabajar con responsabilidad. Sabiendo que la tarea que se nos ha encomendado es la que Dios quiere de nosotros. Es clave tener a Dios presente también cuando trabajamos, ofreciéndole los frutos de nuestro esfuerzo. No debemos trabajar creyendo que lo hacemos mejor que los demás, sino teniendo el espíritu de aquellos pobres siervos del Evangelio que tan sólo hicieron lo que debían hacer.



La invocación del nombre divino realizada por Enós fue tomada como ejemplo por los Padres de la Iglesia que sugerían rezar la Oración de Jesús. Esta oración de Jesús consiste en tenerle presente, durante nuestra vida diaria, repitiendo su nombre, diciendo “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”, en todo momento y lugar. Es una oración muy completa. Al rezarla llamas a Jesús por su nombre, le reconoces como Señor de tu vida, confiesas que es Hijo de Dios y le suplicas que se apiade de ti, que te ayude. Dije que no debemos conformarnos con rezar unos minutos al día de forma seguida, sino que debemos hacer oración continua. Necesitamos trabajar, comer, dormir, hacer deporte… en definitiva hay un sinfín de actividades por las que no podemos estar todo el día de rodillas, o sentados, delante del Sagrario rezando. Pero si podemos invocar el nombre divino, podemos invocar en todo momento y circunstancia a Jesús orando, así, en todo momento y lugar. Por este motivo os sugiero rezar la oración de Jesús. Es una tradición de los Padres de la Iglesia, especialmente extendida por el mundo ortodoxo y que también es tradición entre los católicos orientales. 

Pero para rezar y que Dios nos escuche, debemos ser hombres justos e íntegros, como Noé. Hombres de bendición e intercesión. No podemos rezar como aquel fariseo que se daba golpes de pecho diciendo “mira Señor ese pecador, yo soy mejor que Él”. Tampoco podemos ser hipócritas que rezamos en público de un modo exagerado para que se nos vea, pero luego no pagamos un salario justo a nuestros trabajadores, nos dejamos llevar por sobornos, o despreciamos a nuestro prójimo. Dios tan solo nos pide que seamos perfectos en la caridad. Los mandamientos, enseña Jesús, se resumen en amar a Dios sobre todas las cosas y amar a nuestro prójimo, también los enemigos. Si solo amamos a los amigos no tenemos ningún merito y será difícil que entremos al Reino de los Cielos. Enseñaba San Francisco de Asís que nuestros actos pueden ser el único sermón que escuchen muchas personas en su vida. Si decimos que somos católicos y nos creemos muy buenos porque vamos a, por ejemplo, Tánger de misiones pero volvemos llamando a una hermana “la loca” o provocamos que se vaya de la parroquia alguien que nos cae mal, estamos siendo piedra de escándalo y confusión. Sin embargo, si uno es un católico comprometido, alguien que ayuda a los pobres no para aparentar sino por amor, que va a misa no por obligación sino por amor, que trata bien al amigo y al enemigo, que ayuda a las personas que le desagradan, está dando, con sus actos, posiblemente el mejor sermón que un cristiano puede dar. Al atardecer de la vida nos examinarán del amor, enseñaba San Juan de la Cruz. Si con nuestros actos mostramos un corazón justo e íntegro, Dios está con nosotros y nos bendice. Pero también bendice a toda la creación a través de nosotros. La creación, dice San Pablo, gime con dolores de parto esperando la manifestación gloriosa de los Hijos de Dios. Con nuestros actos podemos mostrarnos como verdaderos Hijos de Dios, permitiendo que Él a través nuestro bendiga esa creación. Se evangeliza mejor con los actos que con las palabras. Acerca más personas a la Iglesia un gesto de amor por parte del Papa Francisco, o la Madre Teresa de Calcuta, que la predicación de un teólogo que, aunque sabio, no ame a quienes le escuchan.  Dios nos llama a orar, porque a través de la oración nos va purificando para que todo esto sea posible. Sin oración es muy complicado que tengamos un verdadero amor al prójimo.
 

La Promesa y la oración de la fe
2570 Cuando Dios lo llama, Abraham se pone en camino “como se lo había dicho el Señor” (Gn 12, 4): todo su corazón “se somete a la Palabra” y obedece. La escucha del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en Dios que es fiel.

Abraham se marchó, dejando su vida anterior, para seguir al Señor. No lo hace a ciegas, ni porque huya de nadie, sino que lo hace por obediencia a aquel que le ha amado primero. Obedece a Dios porque antes ha escuchado. Ha sido precursor de ese “habla Señor que tu siervo escucha” que posteriormente pronuncia Samuel. No podemos orar llenando el silencio con palabrería, sino que debemos permanecer atentos a lo que el Señor quiera decirnos. Puede ser a través de una reflexión, puede ser a través de la Palabra, o de alguna vivencia personal. Dios nos habla en los acontecimientos de nuestra vida pero para escucharle debemos estar atentos. No podemos atropellar a Dios hablando sin parar, sino que primero hemos de escuchar, para saber lo que nos quiere decir. Abraham es un hombre de silencio. Esto no quiere decir que estuviera callado todo el día, sino que buscaba momentos silenciosos para escuchar a Dios. En cada momento de su vida pone altares, lugares de oración. Me recuerda a San Francisco o Santa Teresa, quienes fundaban convento allá donde iban.
Pero estos altares para Dios no son, exclusivamente, altares físicos. El Templo al que se refería Jesús era, en realidad, su cuerpo. Esos altares son las diferentes etapas y momentos de nuestra vida. En nuestro día a día podemos tener un espacio donde orar, aunque sea un momento. Un espacio vital donde podamos estar con el Señor. Vamos a la playa, en verano y, como de Incluso cuando se está de vacaciones se pueden buscar momentos para la oración e ir a misa. También en el trabajo podemos tener un momento y lugar para hacer, aunque sea, una pequeña oración. Como dije antes, a Dios se le encuentra entre los pucheros. Muchos alumnos, antes del examen, rezan un Padrenuestro, ese es un altar para el Señor, un momento para la oración. Hoy se ha perdido la costumbre de bendecir la mesa para comer. Comemos sin apenas darnos cuenta de que, si podemos comer, es porque Dios nos proporciona los alimentos y la posibilidad de tenerlos ¿Por qué no recuperamos ese altar, ese lugar de oración antes de comer? Dice mi amigo Iñaki que la mesa donde se come también ejerce, en cierto modo, función de altar doméstico.  ¿Por qué no poner una cruz en esa mesa para, al ir a comer, acordarnos del Señor? 

Posteriormente Abraham se queja porque algunas promesas no parecen cumplirse, o tardan en llegar. Es la impaciencia humana. A veces no nos damos cuenta de que, cuando Dios no concede aquello que le hemos pedido es porque no es bueno para nosotros. En muchas ocasiones escuchamos “es que Dios no me oye, le he pedido tal cosa y no me ha hecho caso” ¿Te has preguntado si era bueno para ti? También ocurre con aquello que pedimos y es, aparentemente, bueno. Algo que me hizo daño en el pasado fue pedirle, casi exigirle, a Dios ser sacerdote. El sacerdocio era una cosa buena, claro. Pero no era algo bueno para mí, pues no es la vocación a la que Dios me llama. Por eso no me lo concedió. Si le pido poder comer durante el resto de mi vida me lo concederá, porque es algo bueno para mí. Pero la comida no llueve del cielo, sino que uno debe ganársela mediante los medios y talentos que Dios nos da. “El que no trabaje que no coma”, enseña San Pablo. Algunos dicen “Es que Dios no es bueno, le pedí por la salud de tal persona y, sin embargo, ha muerto”. Esto muestra desconfianza en Dios y desconocimiento de lo más fundamental de nuestra fe: la esperanza en una vida eterna gracias a la Resurrección de Cristo.



Cuando se reza se debe pedir a Dios con humildad, buscando que sea su voluntad. Si pedimos algo a Dios con soberbia, estamos intentando secuestrar su voluntad. El Señor, en ese caso, no nos va a escuchar. Igual ocurre si le pedimos algo que no nos conviene. Uno se enamora de una chica. Pero esta chica no le conviene. Por mucho que el chico le pida a Dios que la chica le haga caso, no se lo va a conceder. Quizá transforme a la chica, haciéndola conveniente para él. Pero, lo más probable, es que no se lo conceda. El error del chico sería rebelarse porque Dios no le ha concedido lo que pedía. Pero, quizá, mientras pierde el tiempo rebelándose, Dios le ha puesto una serie de chicas convenientes en su vida, dándole oportunidades que ha desaprovechado por no estar atento a la voluntad de Dios, orando con palabrería y queja en vez de estar atento, en el silencio, a escuchar al Señor. ¡Cuántas insatisfacciones producen en el hombre no buscar que se cumpla la voluntad de Dios!

2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole confiado Dios su plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).

La purificación que experimenta el alma humana mediante la oración nos lleva a amar realmente a nuestro prójimo. Entre las virtudes cristianas se encuentra la hospitalidad. La oración es algo parecido a cuando dejamos -en nuestra casa, es decir en nuestra alma, a Jesús quien, tal como enseña en el Evangelio, está fuera llamándonos. Dios, igual que no puede obligarnos a amarle, tampoco puede forzar nuestra conversión. Pero nos llama, esperando que le abramos. Tal como enseñaba San Juan Pablo II, debemos abrir nuestro corazón, de par en par, a Cristo, para que entre con plenitud y nos ayude, de este modo, a ser santos. No debemos temer, sino dejarle actuar en nuestra vida.
 
El corazón de Abraham estaba en consonancia con la compasión de Dios hacia los hombres porque el Patriarca, previamente, lo había abierto para que el Señor actuase en su vida. Además de ponerse en camino, abandonando su tierra, sin mirar atrás, deja que el Señor entre en su vida y cambie su corazón. Nosotros podemos seguir el ejemplo de Abraham en la oración, dejando que el Señor lo purifique de todo aquello que nos impide seguirle en plenitud. Puede ocurrirnos, por ejemplo, que tengamos prejuicios hacia  determinado tipo de personas. Esto provoca que tratemos mal a quienes forman parte de ese grupo, aunque sea un vecino o compañero de trabajo. Esto le ocurría también a Santa Teresita del Niño Jesús. No soportaba, en un principio, a una hermana de su comunidad. Sin embargo, por medio de la oración, el Señor fue cambiando su corazón, haciendo que sintiera compasión por esa hermana y la tratara bien. Si no dejamos que Dios cambie nuestro corazón, purificándonos, este estará en consonancia con el corazón de Dios. Esto impide que seamos del todo buenos cristianos. Es fundamental, por ello, que oremos con humildad, abriendo nuestro corazón, enseñándole a Dios nuestras heridas más profundas para que Él las sane. No tengamos miedo de mostrarle a Dios nuestro rencor hacia alguien, o nuestro mal comportamiento en determinado momento. Pongamos nuestros pecados a los pies de la Cruz, para que Jesús los sane. Él no se asusta, al contrario, los demonios huyen en cuanto se invoca los nombres de Jesús y de la Virgen María. Orar invocando sus nombres nos sana.

2572 Como última purificación de su fe, se le pide al “que había recibido las promesas” (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: “Dios proveerá el cordero para el holocausto” (Gn 22, 8), “pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar a los muertos” (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo, sino que lo entregará por todos nosotros (cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).



Dios pone a prueba a Abraham, es quizá la mayor prueba para un padre: el sacrificio de un hijo. Pero Dios no quiere el mal para Abraham o su hijo, sino que quería probar dos cosas. Primero hasta que punto Abraham amaba a Dios. Segundo hasta que punto confiaba en Dios. Abraham ama a Dios hasta el punto de aceptar esa dura petición, pero lo hace con la confianza de que Dios hará algo para que su hijo no muera. Su fe no vacila, sino que confía en que “Dios proveerá”. No obstante, Abraham tenía la libertad de haber dicho “Por ahí no paso”. Sin embargo confía, como posteriormente confiaría la Virgen María cuando el Ángel le dice que va a tener un hijo aunque no conozca varón. María tampoco sabe como es posible esto, pero confía. Así debe ser nuestra oración. Con humildad, pidiendo a Dios aquello que se ajuste a su voluntad y que sea bueno para nosotros. Pero pidiéndolo con confianza. Recordaba en alguna ocasión mi oración durante la enfermedad de mi padre. Yo rezaba para que el Señor le sanara, claro. Pero siempre buscando que fuera la voluntad de Dios. Yo confiaba en que, ocurriera lo que ocurriera, sería bueno pues, en realidad la muerte no es sino un paso hacia la vida eterna. Rezar confiando en que la voluntad de Dios sería buena, fuese cual fuese esa voluntad, me permitió rezar, cuando murió, con el profundo agradecimiento de haber tenido un padre como el que tuve.

Pero a veces se cumple aquello que uno pide con confianza y buscando que sea la voluntad de Dios. Por ejemplo una cuñada de mi hermana, que iba a dar a luz, se encontraba en una encrucijada. Por algún problema que se presentó al romper aguas, resultaba que era muy probable que madre y bebé murieran. Yo recé, pidiendo que se cumpliera la voluntad de Dios, con la confianza de que ese parto saldría adelante para mayor gloria de Dios. Así ocurrió, finalmente. Se despertó mi sobrina, que tenía apenas un par de meses, riendo en mitad de la madrugada. Un instante después mi cuñado mandó un mensaje diciendo que la buena mujer había dado a luz y que tanto ella como el niño se encontraban en perfecto estado, gracias a Dios.

Dios no permitió que Abraham sacrificase a su hijo finalmente. Sin embargo, entregó a Jesucristo a la muerte, pero lo hizo para salvar al hombre. Por ello también debemos orar siendo conscientes de que somos hijos de Dios por adopción. Conscientes de que Jesús intercede por nosotros, tal como Abraham hizo en el Antiguo Testamento. Cuando rezamos es normal que lo hagamos pidiendo perdón por nuestros pecados. Pero no tenemos que rezar fustigándonos y quejándonos de lo pecadores que somos. Sino pidiendo a nuestro más grande intercesor, a Jesús, que nos ayude a convertirnos, que sane nuestras heridas y enfermedades del alma y que nos haga santos. Si somos hijos de Dios es porque el Hijo se entregó, voluntariamente, por nosotros para salvarnos. Entonces ¿A qué tenemos miedo? Busquemos a Dios en la oración, abriendo nuestro corazón y pidiendo al Espíritu Santo que nos haga semejantes a Cristo.

2573 Dios renueva su promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con “alguien” misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).

No obstante, la oración es también un combate de la fe y una victoria de la perseverancia. Es muy fácil caer en la pereza espiritual, en el conformarse con una oración de mínimos. El tentador siempre va a buscar la forma de alejarnos de la oración. Debemos estructurar nuestra jornada para buscar esos momentos de oración. Por ejemplo rezar por la mañana y/o por la noche, rezar a tal hora el Rosario, etc. Pero, sobre todo, si nos hemos propuesto orar un rato a diario, lo mejor es buscar un horario fijo. La oración es un combate porque pueden venirnos muchos motivos para no rezar: estamos cansados, ponen en la televisión algo que nos gusta ver, una llamada de teléfono que nos despista. Son cosas sin demasiada importancia. No necesariamente malas, pero que pueden alejarnos de la oración. De ahí que sea un combate. Además, la oración nos prepara para el combate que se desarrolla a lo largo de nuestra vida. Es decir, sin oración es más probable que caigamos en pecados que si tenemos una buena vida de oración. Alguien acostumbrado a orar tendrá más facilidad para no caer en la tentación de pecar. Por ejemplo, va por la calle y ve una chica preciosa. Puede venirle una tentación. Pero si es hombre de oración, rezará para que esa tentación disminuya y, en todo caso, dará gracias a Dios por la belleza pero sin caer en el pecado. Una persona que no reza, sin embargo, es más probable que caiga en la tentación, aunque sea mediante un pensamiento obsceno con esa muchacha. Quien ora, si es posible, continuamente, sabrá  gestionar mejor una situación violenta, por ejemplo un enfado ante una acción molesta por parte de otra persona, que aquel que no hace oración. 



Enseñaba San Francisco de Asís que la vida del cristiano consiste en llevar el Evangelio a la vida y la vida al Evangelio. Consiste en ser Evangelio viviente. Pero, para ello debemos ser hombres y mujeres de oración, personas que leamos el Evangelio no como quien lee una novela sino con el objetivo de interiorizarlo para llevarlo a la práctica. Por eso la oración es una ardua batalla. Dura batalla, pero fundamental para ser un buen cristiano. Recordad: orad en todo tiempo y lugar, buscando la Gloria de Jesucristo Nuestro Señor. Amén.