miércoles, 29 de abril de 2015

La vocación del escritor. Mi primera novela histórica



Todos tenemos algo que aportar a los demás. Unos se hacen arquitectos, y construyen casas donde la gente vive. Otros se convierten en deportistas, y dan tardes de gloria (y decepciones) a los aficionados. Hay quien opta por la música, y realiza canciones que encandilan el alma de quienes escuchan su creación. Algunos prefieren el dibujo, la pintura, y crean arte. Cada uno aporta aquello que lleva dentro y desea compartir con los otros. Hay tantas vocaciones como personas en este mundo. La de ser escritor es una de ellas. Quizá no sea la mejor pagada del mundo, pero cuando plasmas, negro sobre blanco, tus reflexiones o esas historias que nacen en tu imaginación, algo brilla en el alma con un esplendor majestuoso. Escribir consiste en desnudar el alma, el propio pensamiento, dejándolo a la vista de los demás, con lo que eso supone. Si temes la crítica, mejor no escribas. Si te dejas llevar, excesivamente, por los halagos, mejor no escribas. Escribe solo si deseas compartir, sin miedos ni vanaglorias, aquello que llevas dentro.

Pasé mucho tiempo, a lo largo de mi vida, buscando mi vocación. ¿Qué debía hacer en este mundo? recuerdo que, de pequeño, me dio por ser torero. Tendría seis años, disculpadme. Pero con esa edad ya había algo que me entusiasmaba: contar historias. Recuerdo una piscina, recuerdo unas montañas alrededor, recuerdo a los mayores escuchándome, fue un tiempo, una época, que está grabada a fuego en mi alma. En aquellos maravillosos años, los veranos que pasábamos en Guadarrama, lo recuerdo con cariño, me encantaba narrar historias a mis hermanas y sus amigos. Eran leyendas, cuentos, fábulas, que surgían de una mente por entonces muy creativa. Había un tema principal en mis relatos. Una chica, de mi clase, que por entonces me gustaba, se encontraba secuestrada por un dragón en un "castillo". Todas las noches me escapaba, a través de una baldosa de mi habitación, y me iba a verla. Cada noche surgían aventuras nuevas. 

Fueron transcurriendo los años. Disfrutaba cuando, en el colegio, nos mandaban las profesoras aquellas redacciones que debíamos entregar sin faltas de ortografía y bien redactadas (no sé por qué pero, salvo uno, todos los profesores de Lengua y Literatura que tuve fueron mujeres). Mi primer relato lo publiqué en la revista del Centro Cultural de Santoyo, mi pueblo. Aún debe estar por la casa de mis tíos esa revista. Era un relato fabulado sobre la historia de Santoyo. Una nota de redacción: aunque los datos no son ciertos, se ha publicado por la novedad que supone este joven escritor. Podría haberme volcado, desde entonces, en la literatura. Podría haber decidido escribir ya en aquella época. Aún no había blogs entonces y lo que hacía era escribir mis pequeños artículos sobre lo que acontecía en el día a día mundial. Hicimos varias mudanzas, por lo que no sé donde fueron a parar esos artículos. Sin embargo, algo se quebró en la Universidad. No sé si fue el tener malos profesores, pero de pronto dejé de escribir. Pasaron los años, abrí varios blogs. Alguno me lo censuraron. 

En todos estos años, desde que terminé la Universidad, fui buscando cual podía ser mi vocación. Reflexionaba sobre mi lugar en el mundo, sobre la labor que Dios quería que yo desempeñase en mi vida. Creí que tenía vocación de sacerdote. Entré en el Seminario, salí. Creí tener vocación de historiador, y la tengo. Tengo vocación de historiador, pero no para escribir manuales académicos carentes de espíritu. Lo mio es otra cosa. Probé con el periodismo, pero mi alma no es de este tiempo, soy una criatura que no soporta bien el estrés y la prisa. Pero, desde 2012, cada vez fui pensando más en la posibilidad de escribir un libro. Intenté dar a luz a una criatura, pero se quedó en el limbo. Puede que algún día la "resucite". Decía un escritor, Javier Sierra, que a veces pasa eso. En algunas ocasiones escribimos una obra que no está madura, por ese motivo la dejamos a medias. De hecho, conviene hacerlo. Dejarla a medias, pero no definitivamente, sino para retomarla algún día, cuando esté madura, y mientras tanto escribir otras historias. Eso hice con aquel libro. 

En los últimos meses, sentí de nuevo la llamada a esa vocación, la del escritor. Desde octubre era algo que tenía presente. Pero quizá el aldabonazo definitivo me lo dio un buen amigo mio, Iñaki. Estábamos tomando un chocolate con churros y me dijo "Es un desperdicio que, sabiendo escribir, habiendo viajado, habiendo obtenido tanto conocimiento, no escribas".  Esto iba en paralelo a una frase que me dijo poco antes el mencionado Javier Sierra "la mejor edad para empezar a escribir es a partir de los treinta años, porque es cuando comienzas a asimilar lo vivido a lo largo de tu vida y cuando puedes comprender lo que viene a partir de entonces". Si, debía ponerme a escribir en serio, una novela histórica. Como digo, tengo vocación de historiador, me entusiasma la Historia, pero no la concibo como algo muerto, sino que me gusta darle vida. Tengo vocación de escritor, de contar historias, mezclando aquello que nace en mi propia imaginación con alguna experiencia personal, con mi forma de pensar y de ver la vida. Todo ello aderezado con Historia, mitología, leyendas, misterio. Tratando de no ser aburrido, tratando de crear personajes con los que el lector pueda sentirse identificado.

De esa forma se está gestando la que, Dios mediante, será mi primera novela histórica. Las vivencias de la mártir romana Julia y su amigo Marco Nigrini. La investigación que llevará a cabo nuestro contemporáneo Nicolás, con la ayuda de Lara y Enmanuel. La conspiración de La Garduña, sociedad secreta que quiere borrar el pasado cristiano de Hispania, llegando a arrasar el pueblo de Torremarte. Todo eso está, de momento, en mi imaginación, aunque algunas cosas ya las he escrito en el borrador. Si Dios quiere, saldrá a la luz en unos meses. He encontrado mi vocación, definitivamente, escribir, buceando en la Historia. El principal miedo que suele tener un escritor es a la hoja en blanco. De pronto, un nudo en la garganta ¿Sobre qué escribo? la vida es algo mágico, hay infinidad de cosas sobre las que se pueden escribir. No hace falta una novela histórica para escribir, ni tampoco un ensayo o una obra teatral. Se puede escribir en un blog, por ejemplo. La cuestión es esa, aportar aquello que llevas dentro a los demás. 

Ser escritor no es tarea fácil. Exige una disciplina (hay que escribir un poco cada día, aunque sean unas líneas). Supone también un esfuerzo. Para escribir conviene pensar, meditar, reflexionar detenidamente aquello que quieres transmitir. La palabra escrita tiene la capacidad de penetrar en lo más hondo del alma. Ser escritor significa narrar historias, compartir pensamientos. Ser escritor supone humildad para aceptar las críticas y, también para no creerse un Cervantes de la vida. Ser escritor conlleva leer mucho pero, sobre todo, extraer una enseñanza sobre aquello que se ha leído. Esa enseñanza también se debe extraer sobre lo vivido en la vida, en el día a día. Al haber viajado mucho, gracias a Dios, tengo experiencias vitales que puedo compartir. Por todo ello quiero ser escritor. Soy consciente de que no voy a ganar mucho dinero escribiendo y, con toda probabilidad, no llegue ni a estar mencionado para el Nobel o el Premio Planeta. Pero sé que habré aportado algo a la humanidad. Incluso aunque lo que escriba tan sólo lo lean una o dos personas. Dicen que son tres las cosas que hay que hacer en la vida: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo. El libro está en camino. El árbol algún día lo plantaré, especialmente en mi amado Santoyo. El hijo vendrá, o no, si Dios quiere.

En definitiva, me encanta escribir. Pero voy a intentar no limitarme al libro, sino que voy a tratar de darle más movimiento a este blog. Pues le he tenido un poco abandonado. De hecho en algún momento le he tenido como mero contenedor de contenidos publicados en el blog hermano, el que tengo en Infovaticana. Escribir es mi vida, es el "sacerdocio" al que me siento llamado. En definitiva, escribir es una vocación. Creo, humildemente, que la más bella vocación. 

martes, 7 de abril de 2015

El Ministerio del Tiempo, buena forma de mostrar la historia de España


A lo largo de mi vida he tenido que escuchar, en demasiadas ocasiones, aquello de "Historia es una asignatura aburrida". Incluso hay quien considera que se trata de una carrera inservible que debería estar fuera de la Universidad. Esto, como historiador, siempre me causó desazón. Creo que el problema radica en una mala pedagogía por parte de algunos profesores y, también, en que las corrientes historiográficas suelen estar demasiado posicionadas hacia ideologías, creencias y demás (todas en general), lo que hace que algunas personas sientan desinterés por la Historia o, incluso, la aborrezcan.

En mi caso, creo que he tenido bastante suerte. En el colegio tuve buenos profesores de Historia. Profesores que te transportaban a la época histórica sobre la que te estaban enseñando. Si para ello tenían que dividir a la clase como si cada alumno fuera un país de la Santa Alianza pues se hacía, si había que cantar en un momento dado el "María Cristina me quiere gobernar..." pues se cantaba.  Por otra parte, tuve un gran maestro: el gran Juan Antonio Cebrián y sus míticos Pasajes de la Historia. Te hacía vibrar de emoción con cada relato histórico que narraba.  "Cebri", pese a que era ciego, conocía la Historia y, además, sabía como hacer que quien escuchaba La Rosa de los Vientos disfrutase con sus narraciones.

En los últimos meses estuve siguiendo con atención las noticias sobre una nueva serie que se iba a emitir en TVE:. El Ministerio del Tiempo. Fue durante la última temporada de "Isabel" (otra gran serie, por cierto) y me llamó la atención el concepto de Rodolfo Sancho (Fernando el Católico en "Isabel")  y otros dos actores (Aura Garrido y Nacho Fresneda) viajando en el tiempo para resolver situaciones que podían perturbar la historia de nuestro país tal como la conocemos. Por ejemplo, si Lope de Vega hubiera viajado en un barco de la Armada Invencible de los que fueron hundidos, no hubiéramos conocido su obra literaria). Me encanta la ciencia ficción y el tema de los crononautas o viajeros en el tiempo. También el tema de las Ucronías y sus "Qué hubiera pasado si....?". De pequeño me gustaba reflexionar sobre ¿Qué hubiera pasado si el Imperio Romano no hubiera caído? y me imaginaba la romanización de América, con todo lo que ello hubiera significado. Claro, en cierto modo América fue romanizada... por castellanos y portugueses, pero ese sería tema para otro artículo.  Por otra parte, me encanta la trilogía de "Regreso al Futuro". En la segunda película Marty McFly viaja al futuro, concretamente a octubre de 2015, en el cual estamos como sabéis (salvo que seas un crononauta o me leas desde otra época, quién sabe). Me llamó, por ello, la atención que coincidieran ambas cosas: una serie sobre ucronías y crononautas con la ficticia venida de Marty McFly.

Por estos antecedentes, como digo, seguí con atención todo lo que se iba publicando sobre la serie. Vi el primer capítulo y me gustó. Amelia Fonch (Aura Garrido) es una de las primeras mujeres en acceder a la Universidad española en el siglo XIX. Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda) es un soldado de los Tercios de Flande del siglo XVI, por cierto, mucho mejor Alatriste que otros que han aparecido en cine y televisión. Julián es un trabajador del SAMUR de la actualidad. Todos ellos son reclutados por el Ministerio del Tiempo para trabajar en las diferentes misiones a las que les envían, trabajan en equipo y Amelia es, en cierto modo, la líder lo cual a veces choca con Alonso de Entrerríos, el cual tiene frases brutales como "¿Las mujeres votan? esto es un sin dios".

Está apunto de finalizar la temporada con su octavo capítulo y, francamente, cada vez me gusta más la serie. Como digo en el titular, es una buena forma de mostrar la historia de España. Desde pequeño decía que nuestro país tiene gran cantidad de historias para ser contadas en la televisión o el cine. Hay muchos personajes históricos, algunos de ellos héroes olvidados hasta hace poco como Blas de Lezo, a quien Juan Antonio Cebrián sacó del olvido. Son personajes sobre los que en Estados Unidos hubieran hecho infinidad de películas. Por cierto, en Estados Unidos homenajean a compatriotas nuestros como Bernardo de Gálvez, un gran desconocido para muchos españoles.

Con El Ministerio del Tiempo se ha hecho realidad lo que a lo largo de tantos años he deseado, pues por fin se está mostrando nuestra historia en una serie televisiva que, además, es de muy buena calidad. Es cierto que, en comparación con lo emitido en otras grandes cadenas, no tiene demasiado buena audiencia. Analizar los por qués daría para muchos artículos y comprenderán no quiera explayarme en este para no desviarme del tema. Pero considero que la calidad de una serie o un programa de televisión no deben regirse por su audiencia, tampoco su permanencia en televisión. Lo que gusta a la mayoría no tiene porque ser lo bueno, de hecho se puede decir que en muchas ocasiones no lo es. Por otra parte, en esta época que vivimos comienza a quedar un poco desfasado el sistema de audiencias televisivas ¿Quién carajo tiene un audímetro en su casa? ¡No conozco a nadie que lo tenga! hoy mucha gente sigue las series televisivas por Internet, y los programas de radio por podcast. Lo que hace que no estén sujetos a horarios sino que ven o escuchan esa serie o programa cuando les apetece, o cuando pueden. Sin embargo ha habido quien ha tildado al Ministerio del Tiempo de una serie que "ven cuatro frikis". Bueno, pues para ser sólo cuatro "frikis" resulta que Lope de Vega o el Lazarillo de Tormes han estado entre los diez temas más comentados en Twitter, y eso no lo consiguen cuatro frikis poniendo mensajitos en esa red social, sino que responde a la cantidad de personas que, en ese momento, estaba comentando la serie. Y eran muchos en España, tantos como para hacer de ese tema uno de los diez más comentados en ese momento en nuestro país.

En cualquier caso, como digo, la valoración de una serie no debe regisrse por el número de audiencia sino por la calidad de esta. ¿Quién ve El Ministerio del Tiempo? Personas que, o bien les gusta la Historia o, al menos, sienten curiosidad por ella. Esto ya es un dato a tener en cuenta. En un tiempo como el que vivimos, en el que la Historia corre el riesgo de verse apartada como asignatura de estudio, es reconfortante ver que hay personas interesadas por nuestro pasado. Pero no sólo tienen interés por nuestra historia, también por otros aspectos. Nuestra literatura, por ejemplo. Ver a adolescentes reconociendo  que disfrutan leyendo libros y diciendo "voy a leer el Lazarillo de Tormes" te reconcilia con la sociedad española y te hace ver que no está todo perdido. Con que haya un solo joven que lea el Lazarillo de Tormes y descubra, de esa manera la gran literatura que produjimos en nuestro Siglo de Oro, ya hace que merezca la pena una serie como El Ministerio del Tiempo. Que haya un niño que, tras ver El Ministerio del Tiempo, se ponga a leer libros sobre la Antigua Roma (como hice yo de crío, cuando aquella profesora nos hablaba de mitología grecorromana) hace que una serie así cumpla el cometido que tiene. Considero que los medios de comunicación deberían responsabilizarse de la función que desempeñan a la hora de educar a la sociedad... y también de su responsabilidad cuando deforman el pensamiento de esa misma sociedad. Da pena ver lo ocurrido hace dos semanas, con el avión alemán, cuando algunos tuiteros, seguidores de un conocido programa televisivo, se quejaron porque Telecinco estaba emitiendo un especial sobre lo del avión en vez de poner ese programa. Pero, como digo, ver a jóvenes decir, apasionados, "voy a leer el Lazarillo de Tormes" te devuelve la esperanza. Sigue habiendo personas interesadas en cultivarse intelectualmente y que, además, no se dejan envolver por esa capa de superficialidad que envuelve a nuestra sociedad haciéndola mediocre. El Ministerio del Tiempo enriquece nuestra sociedad, ese es su gran mérito. Por ello debe continuar en televisión por muchos años.

En definitiva, he querido plasmar bajo la luz de este pequeño candil mis reflexiones sobre esta gran serie televisiva a la que deseo que siga muchas temporadas. Tengo la esperanza de que vaya teniendo cada vez mejor seguimiento. Es una buena forma de contar nuestra historia y creo, humildemente, que todo lo que sea dar a conocer nuestra cultura (historia, literatura....) es bueno para nuestro país, como digo lo enriquece. Desde aquí lanzo mi apoyo a sus creadores y actores. Parafraseando a mi añorado Juan Antonio Cebrián: Fuerza y Honor, amigos "ministéricos", volveremos (con la segunda temporada y las que sigan) y seremos mejillones.