lunes, 3 de marzo de 2014

Don Francisco José Pérez Golfín, testimonio de una vida entregada a Cristo




Aunque no tuve la suerte de conocerle personalmente, me hablaron mucho sobre don Francisco José desde que llegué a esta Diócesis de Getafe que había sido fundada por él y de la que fue su primer obispo. Este 24 de febrero de 2014, cuando se cumple el décimo aniversario de su marcha a la casa del Padre, me gustaría escribir algo sobre él, desde el recuerdo agradecido y el cariño a un santo pastor del pueblo de Dios. Me ha emocionado escribir estas líneas, sin conocerle personalmente, pues he sentido su presencia cercana, cómo si hubiera podido conversar con él.
Infancia y vocación
Me lo imagino sentado en las escaleras que suben a la ermita del Cerro de los Ángeles, conversando tranquilamente con algunos de los sacerdotes a los que ordenó y que, posteriormente, se convirtieron en sus más fieles colaboradores. Probablemente, contemplando el atardecer en el sagrado monte getafense, mientras charlaba afablemente con ellos, recordaba su infancia. Viendo a esos sacerdotes jóvenes y risueños, le venía a la mente aquel muchacho madrileño que un buen día se planteó la llamada de Dios a realizar algo verdaderamente grande. Jesús, su mejor amigo, le quería como sacerdote. Miraba con devoción el Sagrado Corazón de Jesús, la segunda escultura que se erigía en aquel lugar. Siendo apenas un crío, unos individuos habían dinamitado otra imagen del Cristo, previamente tiroteado por unos milicianos. Hoy todavía se pueden ver algunos restos de ese primer Sagrado Corazón que permanece cómo imborrable recuerdo de un negro capítulo de nuestra historia. Nacido en 1931, en el seno de una familia de honda raigambre católica, hijo de don Julio y doña María Luisa. El obispo había visto en su niñez  la cruenta persecución realizada contra quienes profesaban el catolicismo. Ese muchacho no podía entender tanto odio al mensaje de amor que Jesús, su gran amigo, seguía proclamando a través de su Iglesia, esa a la que, siempre que podía, acudía a rezar, pues quería estar tiempo con Jesús. Desde su más tierna infancia quería irse a la vida eterna, no paraba de repetir “yo lo quiero es irme a la vida eterna”, algo que, tratándose de un niño pequeño, sorprendía a sus hermanos mayores, según cuenta don Gabriel Díaz Azarola, sacerdote diocesano de Getafe y, hasta hace unos años, formador del Seminario.
El pequeño Francisco, cuarto de cinco hermanos, fue uno de aquellos “niños de la guerra”, pues durante los primeros años de su niñez vivió a caballo entre Madrid y Barcelona, escapando de la muerte en varias ocasiones. En una de ellas fue montado, junto con sus hermanos, en un camión conducido por un miliciano que tenía la expresa orden de matar a esos inocentes niños. Sin embargo, algo hizo parar a ese soldado en mitad de una solitaria carretera. Aquella tarde parecía haberse detenido el tiempo, no corría el viento pero hacía frío, quizá algo de ese frío sobrecogió al miliciano, como una señal divina. El conductor, me imagino su rostro confuso y quizá apenado por la orden recibida, paró el camión, sacó a los niños y comenzó a dar tiros al aire mientras gritaba ordenándoles que corrieran todo lo que pudieran si querían salvar la vida. Monseñor Pérez Golfín nunca guardó rencor por lo vivido aquellos años. No quería conservar la vida para sí mismo, sino que deseaba desgastarse a favor de sus hermanos. Quería dar hasta el ciento por uno por la salvación de las almas. Quizá haber visto de pequeño tan cercana la muerte favoreció que fuera consciente del verdadero valor de la vida, siendo capaz de observar el Evangelio y de seguir los pasos de Jesús, cumpliendo con sus enseñanzas y ayudando a los más necesitados. Durante la posguerra hizo obras de caridad en los suburbios de Madrid para atender a los más pobres, llegaba a quitarse aquello que le era propio (ropa, dinero) para atenderles.
Pienso en la juventud getafense, en las peregrinaciones organizadas por las Diócesis en las que he estado (Colonia 2005, Roma 2007…) y veo a Monseñor Pérez Golfín feliz con sus jóvenes diocesanos sobre todo, esos encuentros con la juventud de Acción Católica, de la cual fue miembro juvenil. Puedo imaginar, igualmente, esa sonrisa cuando entraba al comedor del Seminario para comer con sus seminaristas. Quizá no me equivoco si digo que el Seminario fue su pequeño gran tesoro, su preciada perla, ese Seminario que puso en marcha, primero en Cubas de la Sagra y, posteriormente, En Cerro de los Ángeles, junto a la ermita de esa Virgen que acaso sea un reflejo de la que es venerada en la Porciúncula, lugar del que los frailes franciscanos no debían marcharse jamás, según ordenó San Francisco de Asís. Siempre he interpretado que el hecho de que carmelitas y seminaristas de Getafe estén en el Cerro, centro neurálgico especialmente significativo para el catolicismo español, consagrado a ese Corazón que reinará en España, sea una muestra de que los católicos “no debemos movernos”, es decir, no debemos inquietarnos ante la fiereza anticatólica pues Jesús reinará. Don Francisco posiblemente tenía esa fe, igual que la tuvo Santa Maravillas de Jesús, que estableció allí uno de sus conventos carmelitas.
Don Francisco
Don Francisco
Cuando el venerado obispo observaba a sus seminaristas recordaba aquellos años que pasó en el Seminario Conciliar de Madrid, junto al parque de Las Vistillas y la Basílica de San Francisco El Grande, donde estuvo entre 1947 y 1956. En su vocación sacerdotal tuvo un papel decisivo su gran amistad con José Manuel (Don José Manuel Lapuerta, fallecido en 2012), quien era un año mayor que Francisco, por lo que entró un año antes al Seminario. Su pequeño amigo tuvo que convencer a su padre para que le dejase entrar al Seminario, pues don Julio tenía otros planes para su hijo ya que soñaba con que fuera abogado del Estado (y terminó siendo abogado de los hombres ante Jesucristo). En un momento dado se lo comentó con desánimo, mientras paseaban por la Plaza de Castilla, a su buen amigo, quien le respondió “Francisco, debes insistir, ten fe”. Así lo hizo, consiguiendo el permiso paterno, lo cual agradeció caminando hasta la imagen de Nuestra Señora de la Virgen Milagrosa, en los Padres Paúles, de rodillas y depositando con delicada ternura una rosa en las manos de María, quien le llevó de la mano durante toda su vida y bajo cuyo maternal manto estaba envuelto.
Aunque cuando entró al Seminario nuestro país vivía años años duros, la crudeza de la posguerra española estaba dando paso a tiempos mejores. De alguna forma me parece vislumbrar un partido de fútbol jugado a principios de los 50, en el patio del Seminario madrileño. Veo a los seminaristas, con sus sotanas, jugando. Alguien le pasa el balón al joven Francisco José que, de un cabezazo impecable, hace que el balón bese la red, marcando un bonito gol. Sí, por su carácter agradable me lo imagino cómo un seminarista risueño, quizá algo bromista, pero con el corazón de un santo. Es recordado por sus compañeros seminaristas como un seminarista simpático, alegre y cariñoso. Pienso en alguna parroquia madrileña, donde acudía el joven seminarista para realizar su pastoral. Antes de entrar le veo dando un bocadillo que había preparado con cariño en el Seminario, a un anciano mendigo que siempre le agradecía con una sonrisa aquel gesto. Durante aquellos años creció en la Gracia de Dios, caminando en todo momento de la mano de la Virgen, quien siempre cuidó de su vocación. Don Francisco escribió, con 22 años, unas deliciosas palabras a la Virgen María: “Madre mía, mi dulce amor, dame locura por Cristo, amor sólo de Cristo. Hazme sacerdote santo, ahora que ya cada vez lo veo más cerca y más claro. Gracias por todo, ahora y siempre. Que cante eternamente vuestro amor”.
El día más importante de su vida fue, sin duda alguna, aquel inolvidable 26 de mayo de 1956. La entonces Catedral madrileña de San Isidro amaneció ese primaveral día bellamente engalanada, preparada para la ordenación sacerdotal de un grupo de jóvenes seminaristas de Madrid. Don Francisco se encontraba entre ellos. Le veo tumbado en el suelo, durante la letanía de los santos, llorando de alegría, se estaba consagrando a Cristo, ofrecía toda su vida al Amor de los Amores, a su gran amigo, se convertía de esa manera en otro Cristo. Desde aquel día ya no era sino un Sacerdote de Dios, alguien que iba a desgastar su vida al servicio del Reino y para ayudar a los cristianos a ser santos, pues se le había encomendado la inmensa labor de apacentar al pueblo de Dios. Viendo su vida podemos asegurar, sin dudarlo, que realizó su tarea de modo encomiable.
 Pastoreando al pueblo de Dios
Su primer destino como sacerdote fue la sierra madrileña, concretamente Alpedrete  (Nuestra Señora de la Asunción) y Los Negrales (Nuestra Señora del Carmen), donde estuvo hasta 1962. Debieron ser años emocionantes, de duro trabajo pero también de grandes ganancias espirituales. Aquellas homilías, donde los corazones de quienes le escuchaban ardían de amor hacía Dios; esas salidas con los jóvenes a las montañas, rezando en lo alto de Cotos, esquiando en Navacerrada o esos paseos por el campo junto a los feligreses a los que dirigía espiritualmente.  Siempre se mostró cercano, atento a los más pobres, destacó por su gran sentido del humor, que contrastaba con su vida austera y sacrificada. Supo atender a cada persona con atención, ayudando a muchas personas con sus estudios, colaborando en el desarrollo espiritual y social de un pueblo que hoy tiene una de sus calles dedicadas al “Obispo Golfín”. Fue muy hospitalario con los pobres y tuvo un gran celo parroquial. Sus feligreses aún se emocionan al recordar cómo atendía a los pobres, con que fervor predicaba en el Vía Crucis o lo felices que hacía a los niños en las excursiones. Entre otras labores, promovió grupos cómo Cursillos de Cristiandad o Acción Católica. También promovió la Adoración Eucarística, de hecho los domingos por la tarde el templo se llenaba durante la Exposición del Santísimo.
Pronto comenzó a ganar fama como director espiritual, tenía un gran conocimiento del Sagrado Corazón de Jesús pues, además de su gran capacidad de discernimiento,el Espíritu Santo le guiaba a la hora de orientar a quienes acudían a él.  Pronto su nombre llegó a oídos de don Leopoldo Eijo y Garay, Patriarca Obispo de Madrid, quien le nombró Director Espiritual del Seminario de Madrid,  cargo en el que trabajó desde 1962 hasta 1973, compaginando esta labor con la de profesor de formación religiosa en la Escuela Técnica de Ingenieros de Caminos.  Le apasionaba poder enseñar a la juventud, consciente de que los jóvenes son el futuro de la Iglesia y de nuestra Nación, sabía lo tremendamente importante que es dar una buena formación a los jóvenes,  tarea en la que fue un verdadero maestro.
La década de los 60 fue una época de cambios en la Iglesia debido al Concilio Vaticano II. Este no supuso, pese a lo que se ha dicho en algunos sectores, ruptura frente a lo anterior, aunque hubo renovación en algunas cuestiones que durante varios siglos no se habían revisado y, quizá, necesitaban cambiarse para mejorar la vida eclesial. Don Francisco durante estos años destacó por su acierto en aplicar el Concilio a la formación sacerdotal. Por su capacidad de discernimiento supo inculcar una espiritualidad sólida y duradera a los jóvenes seminaristas. Esta enseñanza espiritual fue muy importante, sus ejercicios espirituales, especialmente para sacerdotes y seminaristas, gozaban de gran fama. Además era requerido para dar ponencias y conferencias en congresos y reuniones de estudio y espiritualidad. Intelectualmente era muy inquieto, tenía gran capacidad de aprendizaje, por ello seguía estudiando e investigando, deseaba seguir aprendiendo, quería investigar pues tenía una sana inquietud por conocer cada vez mejor a Dios y su Creación. Por ello, tras licenciarse en Teología Dogmática en la Universidad Pontificia de Comillas (1965) realizó una Tesis de Licenciatura donde estudió y reflexionó acerca de “Todas las cosas aman a Dios en el pensamiento de Santo Tomás”, un tema profundo, que requiere una minuciosa lectura y reflexión, y que don Francisco realizó magistralmente. Cinco años después, en 1970, se diplomó en Psicopedagogía en la Escuela de la Federación Española de Religiosos de la Enseñanza. Sentía pasión por la juventud, era consciente de lo importante de su formación y de esa forma seguía creciendo para realizar esta labor especialmente delicada que exige una gran preparación.
Pero no solo cuidó de los jóvenes, no solo le preocupaba la salud del pueblo de Dios que le había sido encomendado. Las dos personas que para él eran más importantes, sus padres, eran ya ancianos y se encontraban necesitados de su cuidado. Por ello solicitó al Cardenal Tarancón, Arzobispo de Madrid, en 1973 un traslado que le fue concedido siendo nombrado párroco de San Jorge, parroquia que aún no tenía ni templo ni funcionamiento y donde realizó una fecunda labor apostólica con matrimonios, niños y jóvenes. Durante diez años realizó, a pequeña escala, un trabajo similar que posteriormente desempeñaría, ya cómo obispo de Getafe. Realizó una fecunda labor pastoral de evangelización y catequesis familiar, de adultos, y de infancia impulsando además una excelente pastoral juvenil y vocacional, con una fuerte promoción de la caridad y la vida consagrada. La parroquia se convirtió en un semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y matrimoniales. Seguía estudiando y obtuvo, en 1974 la Licenciatura en Teología Moral en el Instituto Superior de Ciencias Morales con una nueva Tesis “El amor a los enemigos en el Nuevo Testamento”. Me imagino a don Francisco una fría tarde de invierno, a principios del siglo XXI, conversando en alguno de los salones del Seminario, con el rector de este, don Rafael Zornoza, a quien había conocido en San Jorge y en quien siempre tuvo un excelente colaborador. Posiblemente, cuando el hoy obispo de Cádiz fue consagrado episcopalmente en la Basílica del Cerro de los Ángeles, don Francisco sonreía desde el cielo, viendo cómo tanto don Rafael cómo don Joaquín (actual obispo de Getafe), de quienes fue un maestro, cuidaban y guiaban esa Diócesis que él levantó y cuidó con tanto mimo y celo apostólico. Dejó una fuerte huella grabada en los corazones de quienes fueron sus feligreses en San Jorge, quienes aún le recuerdan como “un párroco cariñoso, un padre sabio preocupado por todos, capaz de ayudar, promover y orientar”, explica don Gabriel Díaz.
Don Francisco, un obispo santo, humilde, pastor fiel servidor de Cristo
Don Francisco en el día de la Coronación de la Virgen de los Ángeles
Don Francisco en el día de la Coronación de la Virgen de los Ángeles
Su labor cómo párroco en San Jorge pronto fue bien conocida en la diócesis madrileña, muy apreciada por todos. En 1985 fue nombrado obispo auxiliar de Madrid por Juan Pablo II. Su lema sacerdotal “Muy gustosamente me gastaré y me dejaré desgastar por vuestras almas” lo utilizó también episcopalmente. Durante seis años se encargó especialmente del cuidado de los sacerdotes y religiosos. Cómo curiosidad, siendo obispo auxiliar de Madrid, se encontró, durante una visita parroquial, con don Joaquín, quien le sucedió cómo obispo. Años después, un cálido 23 de julio de 1991, puso la primera piedra de lo hoy es la Diócesis de Getafe, ya que fue nombrado por el Papa Juan Pablo II  obispo de la nueva diócesis, de la que tomaría posesión el 12 de octubre, fecha en la que se conmemora el nacimiento de la nueva “criatura”, esa que con tanto celo puso en marcha y supo cuidar. Cuando puso en marcha el seminario getafense le acompañaron algunos seminaristas madrileños, igual que Don Rafael Zornoza, a quien puso al cargo del Seminario. En un principio, siendo seminaristas de la nueva diócesis, vivían en el mismo Seminario Conciliar de Madrid donde se estaban formando. Don Francisco les visitaba, reuniéndose periódicamente con ellos. Durante el curso 92/93 los seminaristas se trasladaron a vivir a un antiguo colegio de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia en Cubas de la Sagra, donde permanecieron hasta 1994, año en el que los 39 seminaristas de se trasladaron a su actual residencia, en el Cerro de los Ángeles, acompañados por don Francisco, quien residiría en la montaña sagrada hasta el final de sus días.
Fueron años de intenso trabajo. La Diócesis se convirtió en modelo y ejemplo a seguir, especialmente por su pastoral juvenil. El Seminario sorprendía a propios y a extraños por su elevado número de seminaristas y por la santidad de los sacerdotes que cada 12 de octubre  eran ordenados en la Basílica del Cerro de los Ángeles. Durante aquellos años recorrió toda la Diócesis apacentando, de modo incansable, a ese enorme rebaño que le había sido encomendado. Creó nuevas parroquias  (muchas de las cuales prácticamente nacían en barbecho y llegaban a germinar cómo hermosas flores). Cuidaba y enseñaba a los jóvenes, atendía a enfermos y ancianos y, sobre todo, enseñó al pueblo de Dios que Cristo es el verdadero amigo, aquel que nunca nos falla, aquel por quien debemos dar la vida entera pues realmente merece la pena. Si lo hacemos, decía, tendremos un tesoro en el Cielo. Mostró especial celo por el cuidado de los seglares, pues no solo consolidó asociaciones de fieles sino que instituyó cauces de formación para laicos, como el Centro Diocesano de Teología.
Hoy es recordado en las parroquias de la Diócesis de Getafe como un obispo cercano, alegre  y siempre sencillo. Fue un Pastor siempre atento a las necesidades de todos aquel que le pidiera consejo o ayuda. Todos atestiguan que era un verdadero hombre de Dios.  Su santidad es algo que llevaba impreso en el alma, según quienes le conocieron, desde pequeño. Estaba “empeñado en cumplir las Virtudes y fue un enamorado de Jesucristo, un hombre prudente, un gran maestro y un gran padre, sencillo y con un agradable trato personal con todos y muy paternal con sus sacerdotes”, explica don Gabriel Díaz. En alguna ocasión reconoció que “el sacerdocio me hace muy feliz”, realmente transparentaba esa felicidad, su rostro reflejaba el amor que sentía por Dios.
Aquella noche del 24 de febrero, cuando quedaban pocas horas para que comenzase la Cuaresma, recibió el abrazo del Padre Eterno. Posiblemente había contemplado el atardecer mientras charlaba con sus sacerdotes o, quizá, mientras bromeaba con los seminaristas. Se había retirado a su residencia sacerdotal, para descansar, pues le esperaba otro día de intenso trabajo. Sin embargo el Señor quería encontrarse con quien tanto le había amado, con quien había sabido apacentar a su rebaño, estaba impaciente por tenerle a su lado, por lo que le concedió el descanso eterno. Creo que no sufrió, pues el infarto de corazón, que provocó un estruendoso ruido en la casa, fue fulminante. Hasta tal punto le amó Cristo que no le permitió sufrir. Al día siguiente de su muerte la capilla ardiente, situada en la Basílica del Sagrado Corazón, en el Cerro de los Ángeles, estaba abarrotada. Se pudo constatar en aquellas horas lo querido era, y sigue siendo, don Francisco en su Diócesis. Había en todos un fuerte sentimiento de orfandad, aunque también gran fe en que estaba gozando de la vida eterna. Los ojos de todos, niños, ancianos, jóvenes, adultos, laicos, seminaristas, consagrados, sacerdotes, derramaban lágrimas en las que se entremezclaba la tristeza por la pérdida humana y la alegría por la ganancia de un santo amigo en el Cielo.  Hubo, cuenta don Gabriel Díaz, una señal procedente del Cielo pues “el día de su funeral, tras haber sido enterrado, comenzó a nevar, cómo un guiño del Cielo”.
Muchos sacerdotes le recuerdan con gran cariño pues deben su vocación al buen consejo, a las palabras de ánimo, a la oración constante y al cariño que don Francisco mostraba a todos. Don Gabriel Richi, Sacerdote y Director del Departamento de Dogmática en la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid), fue uno de aquellos jóvenes de San Jorge que atendió la llamada de Dios. Aún guarda en la memoria aquella conversación que tuvo con don Francisco. El párroco, ante sus dudas vocacionales, le dijo “tienes una vocación como un camión de grande”. Este comentario supuso para él, según cuenta, “la apertura de un horizonte inmenso y un punto firme de descanso y de certeza”. De aquellos años en San Jorge, recuerda “las convivencias, donde la Eucaristía cotidiana y la oración de la Liturgia de las horas eran el cauce diario que hacían crecer el deseo de conocer a Jesucristo y de servir a la Iglesia. Don Francisco educaba a los jóvenes para hacer de ellos cristianos adultos. Acudir a San Jorge, a la Misa de ocho y media de la tarde, era una ocasión privilegiada para gustar la fe como vida de la Iglesia, para aprender, casi sin darse cuenta, que el cristianismo es siempre una experiencia de comunión y no puede ser vivido individualmente”. Para él, cómo para todos los que conocieron al recordado obispo, uno de los rasgos esenciales en don Francisco, fue “su amor a la Iglesia, mostraba una fe enraizada en la tradición de la Iglesia y con gran pasión por anunciar a Jesucristo. Cómo sacerdote, cómo obispo, don Francisco fue un educador que amaba el diálogo de la gracia con la libertad, buscaba favorecer dicho diálogo -aún cuando no condujese exactamente por su mismo camino o abriese vías nuevas- y que, por eso –lo puedo decir con conocimiento de causa- no tenía miedo de esperar y de dejar que la persona a la que acompañaba pudiese incluso equivocarse”, Concluye.
Enseñando, como un gran Maestro
Enseñando, como un gran Maestro
En su querida Diócesis de Getafe hoy se le recuerda con gran cariño y agradecimiento. Don Gabriel Díaz mostró su gratitud hacía don Francisco, quien ha sido “para muchos de nosotros un instrumento divino y un hombre santo, por su fe, su caridad, su confianza en Dios y su perenne alegría. Nos enseñó a amar a Jesucristo y a la Virgen”. En definitiva, su vida ejemplar ha quedado grabada en muchos corazones, cómo el de Luis David, un joven diocesano de Getafe, quien señaló que “Se trataba de un hombre afable y entrañable. Sin duda, transparentaba el Rostro de Cristo”. Conocemos también una anécdota referida por otro joven, a quien don Francisco dijo en el día de su confirmación “hoy es un gran día para ti y para tu fe, ¿estás contento?“, sin duda fue un día de gran felicidad para este muchacho, pues no solo confirmaba su fe, sino que fue un verdadero santo quien le administró este Sacramento.
Hay algo de lo cual podemos estar seguros, desde el Cielo sigue cuidando su  querida diócesis, esa bella planta cuya semilla plantó y que hoy cuida, con mimo y celo apostólico, otro gran obispo, nuestro querido y, por mi parte, muy apreciado don Joaquín, quien como hemos visto tuvo en don Francisco un gran maestro. Sólo cabe decir, como conclusión (y permitiéndome la pequeña osadía de tutear a quien para mí ya es un santo): Gracias don Francisco por tu vida llena de santidad y por el testimonio de una vida totalmente entregada a Cristo y en servicio a los hombres, a esos hombres a favor de cuya alma desgastaste tu vida gustosamente. Quienes somos diocesanos de Getafe, especialmente quienes te conocieron personalmente, te recordamos con cariño y seguimos encomendándonos a tu intercesión. Gracias por todo, don Francisco, reza e intercede por nosotros.


FUENTES:
“Así era don Francisco. Selección de pensamientos de Mons. D. Francisco J. Pérez Fernández-Golfín”. De don Gabriel Díaz Azarola
Vídeo sobre la vida de don Francisco cedido por don Gabriel Díaz Azarola.
Artículo de don Gabriel Díaz Azarola en la revista Agua Viva.
Artículo de don Gabriel Díaz Azarola en el semanario Alfa y Omega.
Artículo de don Gabriel Richi en la revista Heme Aquí, de la Pastoral Vocacional de la Archidiócesis de Madrid
http://www.diocesisgetafe.es/index.php/obispo/primer-obispohttp://obispogolfin.com/Don_Francisco/Bienvenida.html (En esta página se pueden leer textos y documentos de don Francisco)
http://www.fundaciongolfin.org/monsenor-francisco-perez/

Ya hace un año de la renuncia de Benedicto XVI


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Lo que ocurrió aquel 11 de febrero de 2013 fue, sin duda, una de las noticias del año. El Papa Benedicto XVI presentaba su renuncia a seguir ejerciendo como Obispo de Roma, Vicario de Cristo en la tierra. Lo hizo delante de su colegio cardenalicio en un acto convocado con el objetivo de revelar las fechas de canonización de las beatas María Guadalupe García Zavala, mexicana, Laura Montoya, colombiana, y de los mártires italianos Antonio Primaldo y 800 compañeros suyos. Realizó el anuncio en latín, la idioma que la reportera italiana Giovanna Chirri, de la agencia de noticias ANSA, conocía, lo cual le permitió ser la primera en dar una noticia que, posteriormente, sería confirmada por el sitio web de Radio Vaticana. Benedicto XVI renunciaba, según afirmó, por haber llegado a la certeza de que sus fuerzas, debido a su avanzada edad “ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino“, razón por la cual renunció al ministerio de obispo de Roma, sucesor de San Pedro.
Fue uno de esos momentos históricos en que uno recuerda donde estaba y lo que hacía cuando se enteró. Me encontraba en la Facultad de Geografía e Historia de la Complutense, investigando para mi Trabajo de Fin de Máster en Historia y Ciencias de la Antiguedad (que lo hice sobre cristianización en la Hispania Tardorromana). Fue uno de esos momentos donde uno “procrastina” (es decir, pierdes el tiempo porque dices “voy a ver un momentito Internet, para relajarme“) y me metí a mi cuenta personal de Twitter, donde vi que alguien retuiteó una noticia urgente de ABC, que informaba sobre la renuncia del Papa. Mi primera reacción fue quedarme totalmente helado, no dí crédito a eso y pensé “tiene que ser una noticia falsa, un becario ha escuchado un rumor y lo ha publicado“. Lo siguiente que hice fue llamar a amigos de varios medios de comunicación, quienes me dijeron que estaban contrastando la noticia, escribí también a algunas personas que conozco en Roma. Veinte o treinta minutos después de saltar “la bomba informativa” del año alguien me escribió diciendo que la noticia había sido dada por Giovanna Chirri, periodista que se encontraba presente en el acto y que había una grabación audiovisual que en breve iba a recorrer los informativos, los cuales ya estaban emitiendo en directo. Pronto se confirmaría la noticia, con más datos, la renuncia iba a hacerse efectiva a las 20:00 de la tarde del día 28 de febrero, quedando en ese momento la sede vacante y convocándose un Cónclave en el que, como sabemos, sería elegido el Cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como nuevo Papa con el nombre de Francisco.
Benedicto XVI fue “mi segundo Papa”. Mi infancia, adolescencia y el comienzo de mi juventud las viví siendo Juan Pablo II el Papa. Aún recuerdo la noche en que falleció. Aunque siempre he sido católico, 2004 fue el año donde comenzó mi conversión, donde empecé a implicarme en la vida de la Iglesia y a intentar ser mejor cristiano cada día. Apenas llevaba unos meses de conversión y la noche en que murió Juan Pablo II lloré mucho, pues aunque no siempre le había prestado tanta atención como hubiera debido, tenía mucho cariño al papa polaco. Recuerdo momentos de mi niñez rezando por su salud, cuando decían que le iban a operar. Su muerte me hizo preguntarme cómo sería el próximo Papa, quien sería y si podría llevar el timón de la Iglesia con mano sabia y santa. Conocía poco al cardenal Ratzinguer, debo admitirlo, pero lo que en aquellos días leí de él me gustó bastante. Creo que se puede, y se debe, vivir la fe desde el punto de vista de la intelectualidad y la razón. Fe y razón son conceptos indivisibles, pues están unidos necesariamente. La fe sin razón es puro sentimentalismo, la razón sin la fe pura necedad. Reconozco, sin embargo, que no era el cardenal que tenía como favorito para ser Papa, pues quería que saliera elegido el Cardenal Amigo, ya que cómo seguidor del carisma franciscano, siempre me ha gustado mucho todo lo concerniente al franciscanismo, y creía que el Arzobispo de Sevilla podía hacerlo bien como Papa. Hubo algo en aquella tarde realmente curioso, que siempre he interpretado cómo una señal de lo que iba a ser aquel pontificado. Mi sobrina mayor acababa de nacer. Yo estaba cuidando de ella mientras veía por la televisión lo que contaban del Cónclave. De pronto empezó a salir humo blanco de la chimenea y mi sobrina se despertó llorando pues, como bebé que era, tenía entonces que alimentarse cada ciertas horas, derecho que reclamó. Sentí que ese llanto por hambre de alguna manera estaba transmitiendo el hambre de Dios que hoy en día tiene la humanidad y la necesidad de alimentar, tanto espiritualmente como intelectualmente, al pueblo cristiano. Cuando salió al balcón el cardenal Ratzinguer y dijeron que recibía por nombre el de Benedicto XVI pensé “aquí está el santo intelectual que necesita ahora mismo la Iglesia” y me estremecí, desde ese preciso momento pasaba a ser “Mi Papa”, a quien siempre he defendido, especialmente ante las mentiras que sobre él se han afirmado desde ciertos círculos.
Fueron años donde aprendí más que en toda mi vida sobre cristianismo, sobre la Iglesia, donde realmente conocí lo que Jesús enseña en el Evangelio. Crecí espiritualmente, me alimenté con las palabras de un autentico santo, un hombre bueno que, además de enseñar, oraba por la cristiandad. Siempre me gustó aquella frase “a Juan Pablo II la gente iba a verle, a Benedicto XVI a escucharle“. Le vi, y escuché, personalmente en varias ocasiones. En la JMJ de Colonia, donde nos impulsó a realizar una “Revolución de los santos”, la auténtica revolución, aquella que comenzó hace 2000 años y que tiene el poder de transformar la humanidad si nos dejamos impregnar por el agua que nos da Cristo con su Palabra y con los Sacramentos. Le vi también en Valencia, durante la Jornada Mundial de las Familias, donde nos pidió a los españoles defender la familia, auténtico bastión de la sociedad (gracias a la estructura familiar mucha gente que lo está pasando mal puede, al menos, sobrevivir). Me emocionó escucharle en 2007, cuando acudí a Castelgandolfo junto con miles jóvenes de la Archidiócesis de Madrid (yo acudí como diocesano de Getafe) y Benedicto XVI nos invitó a “seguir la senda que Él os indique, con generosidad y confianza, sabiendo que, como bautizados, todos todos sin distinción estamos llamados a la santidad y a ser miembros vivos de la Iglesia en cualquier forma de vida que nos corresponda“.  En 2009 acudí, con el Seminario de Getafe (pues entonces me estaba planteando la vocación sacerdotal) y estuvimos en el Ángelus con el Santo Padre, donde también insistió en esa búsqueda de la santidad y en llevar el mensaje de Jesús hasta los confines del mundo. Por último, un momento único y especial, la noche de Cuatro Vientos, aquella noche donde el viento y la lluvia no pudieron asustar a los jóvenes que allí estábamos presentes, algo que emocionó al Papa, quien se mantuvo en todo momento sereno junto a nosotros y después dijo su inolvidable frase “hemos vivido una aventura juntos“, recuerdo que reaccioné sonriendo cuando le escuché decirle eso. Pocas veces he sentido tanto sobrecogimiento como aquella noche, cerca del Papa y de Jesús Sacramentado (en la maravillosa Custodia de Arfe, por cierto, no podía ser otro Papa que Benedicto quien nos bendijera con ella”). La mañana siguiente, en la Misa de Clausura, nos invitó a los jóvenes a no guardarnos a Cristo para nosotros mismos, sino que conminó a la juventud cristiana a “ir a comunicar la alegría de vuestra fe” y a caminar en y junto a la Iglesia, pues no es posible, dijo, seguir a Jesús alejado de los hermanos.
En definitiva, Benedicto XVI fue un Papa que dejó una profunda huella en mi alma con sus enseñanzas. He leído mucho sobre filosofía, sobre teología, y son pocos los que, según he visto, saben transmitir tanta sabiduría, y de una manera tan profunda, usando palabras que todo el mundo puede entender. He leído varios de sus libros, también sus encíclicas y personalmente me quedo con “Deus Caritas est” (Dios es amor), donde enseña hasta que punto nos ama el Señor y en que consiste realmente el verdadero amor. Quiero acabar mostrando mi agradecimiento. Gracias Benedicto por tu sabiduría, por tus enseñanzas, por tu testimonio de fe y vida cristiana, gracias por tu pontificado, gracias porque te enfrentaste hasta el final a ciertos lobos que nunca debieron estar en la Iglesia, gracias por ser un verdadero santo. Gracias, por último, porque sigues orando y velando por toda la Iglesia.

¿Realmente entendemos lo que nos enseña el Señor en el Evangelio (17-18 febrero)

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Escuchemos lo que Cristo nos enseña en el Evangelio

En estos días estamos viendo como el Señor, en el Evangelio, nos interpela de una manera bastante potente. Siempre lo hace, pero en esta ocasión nos habla a nosotros, cristianos del siglo XXI, de forma clara y concisa. Ayer, 17 de febrero, avisaba de que “ningún signo se le dará a esta generación”.  Hoy, 18, nos ha preguntado si nos hemos enterado de algo.  Me parece curioso un detalle, en realidad a aquella generación si recibió un signo, el más importante de todos: el Hijo de Dios se hizo semejante a nosotros, menos en el pecado, para salvarnos.
Hoy, cuando han pasado casi dos mil años,  nos pregunta si nos hemos enterado de algo. Seguramente, si Jesús viniera a cada uno de nosotros, y nos preguntase “¿Has entendido algo de lo que te he enseñado?” Le responderíamos, casi sin pensarlo, que si, que lo entendemos. Pero si vemos la historia de la humanidad podemos ver que en realidad no hemos entendido su mensaje. A lo largo de estos dos milenios se ha tergiversado en muchas ocasiones el mensaje de Cristo (mediante herejías, actos humanos poco caritativos, etc.). En la actualidad esto sigue ocurriendo. Vivimos en un mundo donde son frecuentes las guerras, donde hay una crisis económica mundial provocada por el egoísmo de quienes manejan las finanzas, donde el otro día fallecieron unos seres humanos intentando entrar a Ceuta a lo cual respondemos, en vez de entristecernos por la muerte de unas personas, con frialdad e, incluso, para frivolizar y ganar réditos electorales. Estamos anestesiados frente a los sucesos dramáticos que cada día suceden, por ello observamos las noticias cómo si estuviéramos viendo una película.
Vemos, además,, la realidad desde una perspectiva, bajo mi punto de vista, anticristiana. Es muy común, cuando ocurre algo trágico (atentado, catástrofe…) que nos cuestionemos “¿Donde está Dios?” Pero no somos capaces de ver que Dios está acompañando al que sufre y, también, en aquellos que rápidamente acude en ayuda de quienes padecen ese sufrimiento. Vemos las obras que el Señor realiza en nuestra vida, bien sea a través de las relaciones familiares o amistosas,  bien en pequeños detalles como el sol que cae en una tarde mientras paseamos, la paz interior que sentimos delante del Santísimo o cualquier otro hecho reconfortante para nuestra alma. Sin embargo, estamos más atentos a la levadura de los fariseos, escuchamos más a quienes sólo ven la realidad desde un punto de vista negativo y nos dejamos contaminar por ellos.  También dejamos que nos contamine esa mala levadura que podemos llamar “de la crítica destructora”, es decir el chismorreo sobre los demás (criticado por el Papa, por cierto), el insulto hacía los demás cuando nos creemos injuriados (por ejemplo mientras conducimos y un conductor nos ha hecho “la pirula”). Se trata de una levadura insana moralmo pues nos lleva a ver la paja en el ojo ajeno, sin dejarnos ver la viga que tenemos en el propio.
Otro aspecto que me parece preocupante es el de la levadura pagana con la que muchas veces contaminamos nuestra fe. Un ejemplo claro es el de ideas propias de la New Age como la reencarnación. En muchas ocasiones, conversando con personas que se consideran católicas, me han dicho que creían en la reencarnación, creencia incompatible con nuestra fe, entre otras cosas porque contradice la Resurrección de Cristo y, al mismo tiempo, la nuestra propia que acontecerá al final de los tiempos. Esto mismo se puede extrapolar a prácticas como el Yoga, el Reiki o el ocultismo, que suponen un peligro para el alma. Siempre me he preguntado cómo es posible que teniendo el mayor tesoro, Jesús Sacramentado, haya cristianos que practican Yoga. Pocas cosas dan más paz al alma humana que arrodillarse ante Jesús y contarle nuestros problemas, creedme. Cómo dice San Agustín, nuestra alma está inquieta y solo descansa cuando lo hace en el Señor. Los sucedáneos nos mantienen inquietos y despistados en nuestro caminar como cristianos.
Hay otros muchos aspectos que me hace pensar que, aunque acudamos cada domingo a misa, no nos enteramos mucho realmente de lo que dice el Evangelio. Lo ocurrido en Ceuta con esas personas que han fallecido es una muestra. Aunque es cierto que la inmigración es un tema muy complejo como para estar totalmente a favor de ella, o totalmente en contra, creo que no debemos ver estos sucesos con frialdad. No solo se trata de que unas personas hayan muerto intentando llegar a Europa, ese mismo continente que lanza globos sonda a África a través de sus medios de comunicación sobre lo bien que se vive aquí, supuestamente. Son personas que han atravesado el continente para intentar alcanzar lo que ellos creen una vida mejor, y han muerto en el intento. Se trata de algo que debería llevarnos a todos los que poblamos este planeta a cuestionarnos lo que estamos haciendo mal. ¿Cómo es posible que unas pocas, y poderosas, familias tengan más dinero que la mayor parte de la población mundial? ¿Por qué está tan mal distribuida la riqueza? Cómo digo, el problema africano es muy complejo. Pero hay cuestiones que contribuyen a su pobreza, por ejemplo que les arrebatamos sus riquezas naturales (sea extrayendo minerales o matando elefantes para llevarnos el marfil). Creemos que con darles cuatro perras se acabará con el hambre en África y, sin embargo, no nos preocupamos por enseñarles a cazar, pescar, recolectar a la vez que apoyamos regímenes dictatoriales africanos como el de Obiang en Guinea Ecuatorial.
Otro tema de actualidad que me lleva a pensar que no hemos entendido nada sobre lo que el Evangelio nos dice, es el suicidio de un joven belga, Bretch, que sufría acoso escolar. El bullying es una tragedia que ocurre en todos los países del mundo, España tampoco se libra (va a hacer 10 años del Caso Jokin). Cada día hay jóvenes que son acosados por sus compañeros de clases por cuestiones tan banales como que tienen granos, llevan gafas, están gorditos, o similares. Hay quien dice “los niños son crueles” y se queda tan pancho, pero evidentemente los padres son responsables de la educación de sus hijos, por ello ¿Qué valores se están enseñando a los niños? Desde luego no siempre aquello de “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, ni tampoco la Regla de Oro “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”.
En definitiva, se trata de pequeñas reflexiones que me han venido a la mente esta mañana al reflexionar el Evangelio tras su lectura. Pero hay mucho más sobre lo que podríamos escribir. Por ejemplo la superficialidad con la que vivimos nuestra vida, viviendo de un modo caótico, sometidos al imperio de la prisa y perdiendo de vista que lo verdaderamente importante de esta vida es Dios. Lo demás puede ir mejor, peor, pero no debemos caer en un activismo frenético que nos lleve a no ver la voluntad de Dios en nuestras vidas.
Por este motivo me gustaría terminar con un pequeño consejo, algo que a mi me ayuda. Escuchemos el Evangelio a diario, meditemos sus palabras, “mastiquemos” (cómo me gusta decir) bien lo que Jesús nos enseña. Tratemos de llevar el Evangelio, lo que Jesús nos pide en él, a nuestra vida, tratemos de ser verdaderamente testimonio del Evangelio. Ser santo no es algo imposible, sólo hace falta saber escuchar la voluntad de Dios en cada momento, escuchar su Palabra y llevarla a término en nuestras vidas. Esa es la clave, pero hay que tener el oído atento y la mente activa para comprenderlo.

María Gómez Cámara, la "mujer de las Caras de Bélmez". Diez años después

Aún se recuerda en Bélmez de la Moraleda lo ocurrido aquella tarde de agosto de 1971. Posiblemente, allá donde esté, ella aún siga recordando lo que entonces ocurrió. Se encontraba junto a su fogón, una tarde más, preparando la cena. Seguramente también aprovechando el calor de la lumbre, pues comenzaba a refrescar por las tardes en la Sierra Mágina. Fue entonces cuando lo vio, una mancha en el suelo, daba la impresión de ser el rostro de un varón, tiempo después algunas teorías lo compararon con la Santa Faz de Jaén. Contemplando aquella cara sintió un escalofrío, había algo realmente extraño en ella.



Han pasado ya cuarenta y cuatro años, ese rostro fue picado, apareció otro idéntico, posteriormente fue excavado y colocado en una hornacina, en la pared. Pero no fue el único, pues a “La Pava” siguieron otros, entre ellos “El Pelao, “El Niño” y otros muchos. Algunos tuvieron una existencia efímera, otros permanecieron durante años en aquella casa y, los menos, algunos han llegado hasta nuestros días.

María Gómez Cámara falleció hace 10 años. Ella siempre pensó que, cuando faltase, los rostros se irían detrás suyo”. Sin embargo, aunque desdibujados, como carentes de fuerza, allí siguen, como el mayor ejemplo de lo absurdo, desafiando a la lógica y siendo el vivo testimonio de lo que sucedió en aquel mes de febrero de 1972 donde el mítico Diario Pueblo plasmó en su portada “En este pequeño pueblo de Jaén algo está sucediendo”. Unos días después, posiblemente tras la llamada de algún alto cargo del Régimen, ese mismo periódico publicó que se había resuelto el misterio: todo parecía apuntar a sales de plata que alguna mano ejecutora había empleado para dar forma a las, célebres Caras de Bélmez. Hubo quien tildó a María y su familia de farsantes, de haberse enriquecido. Sin embargo, dudo mucho que esa buena mujer, mintiese. No tuve la fortuna de conocerla personalmente, si a su hijo, pero cuando la escuchaba en la radio, la veía por televisión, me pareció siempre una persona sencilla, alguien a quien le ha ocurrido algo extraño y lo cuenta de forma sincera. De hecho, le hicieron una prueba mediante el polígrafo que dio, cómo resultado, que decía la verdad cuando decía que no había fraude cuando decía que las Caras eran aunténticas. Por otra parte, viendo entrevistas que le hicieron cuando aparecieron las caras me da la sensación de que, por entonces, era una persona bastante recia, la típica mujer de pueblo que no engañaría a nadie. Por otra parte no hace falta recordar cómo se las gastaba el gobierno franquista cuando alguien osaba pertubar el orden establecido. En mi opinión, si todo hubiera sido un burdo fraude, si María hubiese mentido, es casi seguro que hubiera dado con sus huesos en el calabozo.

Sin embargo, no se pudo demostrar el fraude. De hecho, recientemente algunos análisis determinaron que no había ni restos de pintura ni de sales de plata en las caras. Alguna de ellas , El Pelao, llegó a ser investigada en los laboratorios del CSIC en Valencia, con el mismo resultado: no había fraude.. Es probable que el gobierno, debido a la repercusión que estaba teniendo el fenómeno (centenares de personas viajaban hasta el pueblo jienense para ver las caras) y debido a que no se trataba de un fenómeno religioso decidió cortar por lo sano, que no se volviera a hablar de aquello. De hecho quedó casi en el olvido pues en los ochenta y noventa eran pocos los visitantes que llegaban hasta Bélmez con la intención de ver las caras. Una de esas personas fue un profesor mío que, aunque almeriense, trabajaba en Madrid. Según me contó, mientras viajaba rumbo a la capital de España, se fijó en un cartel que anunciaba la proximidad de Bélmez de la Moraleda. Se dio cuenta de que se trataba del pueblo que había saltado a la fama por sus rostros años atrás (y que no se debe confundir con Bélmez, Córdoba) y decidió acercarse, movido por la curiosidad. Llegó hasta la plaza de la iglesia, subió una cuesta que desembocaba en la calle antiguamente llamada Rodríguez Acosta. Se fijó en dos señoras que mantenían una conversación. Les preguntó por la casa de las caras y una de ellas, María, contestó “es la mía”. Estuvieron hablando un rato, antes de visitar los rostros, teniendo una curiosa conversación. María le realizó una serie de preguntas: “Usted no es de por aquí ¿Verdad?”, “No venía expresamente a ver las caras ¿A que no?”, “No es usted periodista ¿Estoy en lo cierto?”. A estas preguntas contestó mi viejo profesor que no, que era de Almería, iba rumbo a Madrid cuando se fijó en el pueblo y decidió acercarse, y que no, no era periodista. Fue entonces cuando María, tras observarle durante un rato le dijo “Usted es profesor ¿A que he acertado?”.  Mi profesor sintió entonces un escalofrío recorriendo su cuerpo ¿Cómo era posible que aquella mujer, a la que nunca había visto, hubiera adivinado de forma tan precisa su profesión? Creo que es porque María era una mujer especial, alguien de quien decían, ya cuando era una niña, que tenía algún tipo de facultad especial y que pasaban cosas “raras” alrededor suyo.


En definitiva, quería hacer un pequeño homenaje en este, mi humilde blog, a una mujer que, de alguna manera, ha influido en mi manera de ver la vida, pues soy alguien curioso, alguien que se pregunta sobre las diversas realidades de este mundo. Sobre las Caras de Bélmez, y lo que pienso que son, escribí en su momento, os invito a leer el artículo, si aún no lo conocéis.