lunes, 20 de octubre de 2014

A los siete años de la muerte de Juan Antonio Cebrián

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(Publicado en Infovaticana el 20 de octubre de 2014)

Aún me emociono recordando aquella noche del 20 de octubre de 2007.  Había estado por la tarde en el Cerro de los Ángeles, ya que por entonces acudía al Seminario de Getafe para el curso Introductorio. Cuando estábamos en la explanada, para irnos a casa, alguien gastó una broma que me estremeció, sin conocer el motivo. Este chico le dijo a otro "eres famoso como Jímenez del Oso". Aparentemente no tenía mucho sentido aquella sensación, pero yendo para casa sentía una pesadez interior.
Llegó la noche y hablando por Messenger, precursor de las actuales redes sociales, una amiga me dijo "Se ha muerto Juan Antonio Cebrián". Le dije que si me estaba tomando el pelo pero, por desgracia, esa chica tenía razón, aquella tarde, durante el transcurso de una celebración familiar, había fallecido un gran periodista manchego, a quien había escuchado en la radio desde mi más tierna infancia. En un breve comunicado anunciaron lo ocurrido, diciendo además que no habría esa noche La Rosa de los Vientos. Comencé a llorar como pocas veces he llorado por una persona famosa (la otra fue cuando murió Juan Pablo II) mientras venían a mi cabeza infinidad de recuerdos.

Si traigo bajo la luz de este candil su memoria, la memoria de Cebri, es porque, como he comentado, era mi amigo. No llegué a conocerle en persona, pero fueron tantos años escuchando su voz en la radio que puedo decir le conocía desde mi más tierna infancia. Cuando era pequeño tuve muchísimo insomnio, pasaba largas horas por la noche sin poder dormir, posiblemente debido a la angustia que me produjeron los ocho años de acoso escolar que padecí. Fue en 1992, con diez años, cuando le conocí. Yo ya era aficionado a la radio, especialmente me gustaba escuchar por entonces el Carrusel Deportivo de Manolo Lama y Paco González (a quienes ahora escucho en COPE). Una de aquellas noches de insomnio, quizá también con el miedo de que al día siguiente alguien se metería conmigo en el colegio, me puse a buscar alguna cosa que me resultase interesante, con la que pudiera aprender y que me permitiera, quizá, poder dormir. Escuché, de pronto, una voz, una de las mejores voces radiofónicas que ha tenido este país, hablando sobre los caballeros templarios y su paso por Ponferrada. Pocos meses antes había estado allí, viendo el castillo, con mis padres. Ya por entonces me entusiasmaba la Historia, me gustaba sobre todo leer sobre los romanos y cuando visitaba ruinas de la Antigüedad me sentía muy feliz contemplándolas. Además, siempre me encantó lo que tuviera que ver con las leyendas, la mitología y también siento gran pasión por los misterios de la vida. Continué escuchando a ese señor, a esa voz que de pronto se había convertido en una voz amiga. Creo que al final me quedé dormido y cuando desperté, por primera vez en meses, lo hice feliz, confortado. Durante cinco años seguí escuchando aquel programa, Turno de Noche se llamaba, donde hablaban de Historia, Misterio, Literatura, Ciencia.... ya no eran noches vacias mirando al techo sin poder dormir, sino que eran noches donde aprendía y que me permitían además poder dormir y descansar bien.

No sólo yo comencé a escuchar a Juan Antonio Cebrián, sino que pronto descubrí que también a mi padre le gustaba su programa y recuerdo ir ambos en el coche escuchando inolvidables programas donde hablaban de los templarios, Julio César, la naturaleza, criminología, astronomía, misterios de nuestro país y un sin fin de temas con los que, puedo asegurarlo, aprendía muchísimo más que lo que muchos profesores del colegio me enseñaron. En 1997 Turno de Noche se "transformó" en La Rosa de los Vientos y continué escuchándolo. Era el lugar "Donde la noche se enamora del misterio, y envuelve con su capa a esas almas heridas de soledad, para que no mueran de frío. Donde la noche se transforma en una luz y acuna la imaginación y los sueños de libertad. Donde la esperanza camina de la mano del saber. Donde te espero, en la Rosa de los Vientos", tal cómo decía el lema del programa. En mi caso quizá esta frase era más real, más palpable, pues fueron muchos los momentos de soledad durante aquellos años, ya que mientras por el día sentía constante ansiedad, consciente de que había personas que me hacían bullying, por la noche esas heridas eran sanadas cuando escuchaba el que era mi programa de radio favorito.
Juan Antonio Cebrián no sólo fue un gran periodista, posiblemente uno de los mejores que ha tenido nuestro país. Era también una persona con gran sabiduría y que en sus programas siempre insistía en que se debían recuperar valores como el honor, la lealtad, el sentido de la responsabilidad, la determinación a la hora de conseguir sueños, el juego limpio, el sentido del humor, el compañerismo, la educación y otros valores que, por desgracia, se están perdiendo. Uno de sus lemas, Fuerza y Honor, lo tengo grabado a fuego en el alma. Esa Fuerza que me permitió levantarme tantas veces en mi vida, cuando mis problemas de salud infantiles, cuando el acoso escolar, cuando dejé el Seminario y caí en una tremenda depresión. Ese sentido del Honor, honor por saberme hijo de Dios, por saber que mi vida, aunque muchas veces pensé que no, vale mucho, por saber que tengo una misión que debo desempeñar, por saber que debo ser leal y consecuente conmigo mismo, por saber que en la vida hay que jugar limpio y amar a los demás, aun cuando te hagan jugarretas.

Fue también uno de los mejores divulgadores de la Historia, sino el mejor, que ha tenido España. Sus Pasajes de la Historia fueron realmente memorables. En ellos Narró la vida y obra de grandes personajes históricos como Julio César, Alejandro Magno, el emperador Claudio, San Francisco de Asís, Napoleón Bonaparte. Nos descubrió a personajes que, aunque por entonces habían sido olvidados, habían sido realmente decisivos en nuestra historia, como en el caso de Blas de Lezo. Nos relató batallas importantes como El Levantamiento del 2 de Mayo, las Cruzadas, las Guerras Cántabras. Todo ello demostrando un profundo conocimiento de la historia y también una capacidad de interpretación de los hechos históricos que le ponen, en mi modesta opinión, a la altura de los más grandes historiadores. Todo esto supongo, es de por sí digno de elogio. Además de sus Pasajes de la Historia tenía también los conocidos "Versus" donde contaba la historia de rivalidad de personajes como, por ejemplo, Góngora y Quevedo. O sus Pasajes del Terror, donde relataba los dramáticos crímenes perpetrados por psicokiller como Alexandre Pearce "un caníbal irlandés en Australia" o Jeanne Weber "la estranguladora de París", entre otros.

Cabe decir que hay algo que hizo de Cebri una persona realmente especial, algo por lo que realmente le tengo por uno de los tipos más sabios y luchadores que jamás han existido. Era ciego. Siendo joven se quedó ciego. Cuando otras personas se lo hubieran tomado con rabia, él se lo tomó con filosofía y siguió luchando por su vocación, la vocación de ser periodista, la vocación de ser escritor, la vocación, en definitiva, de contar historias. Una de sus frases favoritas era "Todos los días mueren doce genios, en el anonimato, sin que nos demos cuenta". Con el tiempo vi la gran verdad de esta frase, cuando tras fallecer personas de mi entorno vi la gran genialidad que tenían. En el caso de Juan Antonio Cebrián siempre he dicho que aquel día sólo falleció un genio, él, y no lo hizo precisamente en el anonimato, pues fuimos muchos los que aquella noche lloramos su partida y los que hoy seguimos recordandole con gran cariño. Mientras escribo estas líneas me sigue embargando la emoción y siento que algunas lágrimas quieren salir a flote.

Siete años ya sin el que fue el gran amigo que tuve en mi infancia, alguien que, sin conocerme, me acompañó durante infinidad de noches y alguien con quien tanto aprendí, que tanto me enseñó. Siete años de la muerte de una persona, pero el maestro sigue presente. Como creyente creo en la vida después de esta vida, creo que la muerte no es el final, sino el comienzo de la Eternidad. Por otra parte, sus Pasajes de la Historia, sus programas, las entrevistas que concedió... todo se encuentra en Internet. Por ello, de alguna manera sigue hablando, sigue enseñando, a través de esas grabaciones. No podía ver con los ojos físicos, pero si con los ojos del corazón y, como nos enseñó El Príncipito, lo esencial es invisible a los ojos, sólo puede verse con el corazón. Cebri tuvo un gran corazón, por ello pudo ver, por ello fue un sabio y por ello estará eternamente en la memoria de quienes le conocimos, aunque fuera a través de un transistor. Descansa en paz, maestro, y gracias por tu dedicación durante tantísimos años. Fuerza y Honor.

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