jueves, 10 de julio de 2014

Las parroquias de verano



He estado unos días en Cádiz, con mi familia, en Chiclana. Siempre, cuando llega el verano, recuerdo una frase que me dijeron hace tiempo y resuena con fuerza en mi corazón: "Dios no se va de vacaciones". Normalmente, durante el periodo estival, las parroquias de las grandes ciudades y sus periferias suelen vaciarse ya que los feligreses marchan a los lugares donde pasarán unos días de descanso, para recargar sus fuerzas tras un intenso año de trabajo. Los grupos parroquiales se despiden hasta septiembre-octubre, salvo excepciones como la de un grupo de oración de la Renovación Carismática al que suelo acudir y que durante el verano sigue "abierto". En estos meses de julio y agosto llega el tiempo de lo que llamo "parroquias de verano". 

Escribo esto tras meditar unas palabras que dijo el sacerdote en la Eucaristía de este pasado domingo 6 de julio mientras saludaba a los feligreses veraniegos. Coincidía el Evangelio con ese "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados". Se trata de una frase central en nuestra vida como cristianos, así por lo menos lo creo. El descanso de un cristiano no puede ser el "no hacer nada" de los paganos, sino que es bueno llenar ese ocio con algo más, con algo que ensanche el alma y nos acerque más a Dios. Está muy bien ir a la piscina, a la playa o a la montaña y relajarse, claro que sí. Pero no podemos olvidarnos de que nuestro verdadero descanso está en Dios, como decía San Agustín y también el Salmo 41 (pues nuestra alma no descansa hasta que bebe del Manantial de la vida, siempre tenemos sed de Dios, del Dios vivo). 

El verano es también un tiempo propicio para dar testimonio de nuestra fe, sabiendo ser sobrios al divertirnos (sin caer en gula ni borracheras), manteniendo el pudor y las formas cuando estamos en zonas de baño y descanso (¡¡y cuando asistimos a la Eucaristía!! no toda ropa es valida para entrar a la iglesia, y esto tanto para ellos como para ellas). Pero, sobre todo, es un tiempo de gracia para crecer en el amor a nuestro prójimo. Esto debe tenerse en cuenta a la hora de ir a comprar o al pedir una consumición en el bar, por ejemplo. Debemos tener en cuenta, cuando interactuamos con otras personas, que son seres humanos que nos atienden y no mulas a las que puede dárseles un espuelazo. Cuántos hipócritas he visto tratar con desdén a los camareros y luego darse golpes de pecho (y eso por no hablar de ciertos comportamientos anticristianos que he visto en personas que se autodenominan cristianas, que me daría para multitud de artículos, pero he venido a dar luz y esperanza, no a cargar tintas contra otras personas). En definitiva, debemos tratar al otro tal como nosotros queremos ser tratados. Por cierto, en verano suele suceder que coincidimos con personas que quizá no nos caen bien (la suegra, el cuñado...), en esos casos os pido encarecidamente recordéis el "amad a vuestros enemigos..." pues, si no amáis a quien os cae mal ¿Qué merito tendréis? en definitiva, demos un ejemplar testimonio de vida cristiana también en verano.

No obstante, un pilar fundamental en nuestra vida es la oración, pues sin la ayuda de Dios nada podemos. El Señor, como digo, no se va de vacaciones. Siempre está ahí, en el Sagrario, en la Santa Misa, siempre podemos darle culto y pedirle ayuda. No valen excusas como "es que hoy (Domingo) he estado en la playa" o "en este país no entiendo el idioma" pues aunque sea verano los preceptos de la Iglesia, y nuestro deber de amar a Dios y al prójimo siguen vigentes. Por ello, aunque estemos muy bien en nuestra piscina o en la playa siempre hay un momento para ir a misa o para hacer oración, aunque se trate tan sólo de alzar la mirada al cielo y, levantando los brazos, alabar a Dios. 

Por otra parte, un aspecto donde se hace patente nuestro testimonio cristiano es el de ofrecernos para ayudar en la parroquia de aquel lugar donde veraneamos, especialmente si se trata de nuestro lugar de veraneo habitual. No se trata de hacer cosas extraordinarias sino de que cada uno, poniendo sus dones y talentos al servicio de Dios y de los hermanos, dé gloria a Dios ofreciendo un rato de ese tiempo de ocio, también en verano. En mi caso lo que suelo hacer es ir a una parroquia del lugar donde veraneo y ayudar en la Eucaristía tanto acolitando como dando la Sagrada Comunión (como ministro extraordinario). Por cierto, que allí también va algún sacerdote de mi ciudad a pasar unos días y se acerca a esta iglesia para celebrar misa, algo que me parece precioso pues refleja la gran familia que es la Iglesia. Los católicos, seamos de donde seamos, somos hermanos y ayudamos a los demás allá donde vayamos. No nos limitamos a colaborar en nuestro entorno (nuestra parroquia) sino también en otros lugares, lo cual de alguna forma también supone ser misionero. No hace falta ir a Perú, por ejemplo, como misionero para tener un verano cristiano (aunque es una gran labor, por supuesto), pues podemos ser misioneros en el pueblo o ciudad donde pasamos el verano ¿Te lo habías planteado? 

En fin, queridos lectores, espero que paséis un feliz verano y recordad siempre que Dios no se va de vacaciones. Cuando hagáis las maletas preparad un espacio para Él.