Este artículo lo escribí en un momento de discernimiento vocacional, pues en 2007 había sentido la llamada al sacerdocio que me llevó por un tiempo al Seminario Diocesano de Getafe.

Hoy, sábado 10 de mayo los sacerdotes diocesanos españoles celebran el día de su santo patrón, san Juan de Avila, quizá uno de los santos mas impresionantes que ha habido en nuestro país.
Podéis consultar aquí su biografía si queréis saber algo mas sobre él, aquí me gustaría hacer algunas reflexiones sobre el sacerdocio.
Hoy comentaba en el seminario don Antonio Die (mi director espiritual) que hacen falta sacerdotes santos, y es totalmente cierto, pues aunque todos estamos llamados a la santidad, son los curas quienes están mas gravemente obligados a dar un ejemplo de vida y obras santas que lleven a los cristianos a imitarles y llegar a ser santos.

Esto es verdad, puesto que en las acciones de un sacerdote está el destino de las almas de muchas personas, ya que un cura no solo celebra misa, si no que también confiesa, aconseja y guia, catequiza, consuela a enfermos, ayuda a los pobres y otras muchas tareas relacionadas con el trato hacia los demás, y de como lleve a cabo su labor depende el que los cristianos podamos alcanzar la santidad.
Es cierto que hay sacerdotes que probablemente no lleguen a la santidad, por sus malas obras, distorsionar el mensaje de Jesucristo o cualquier otro aspecto. Estos pastores, al desarrollar mal su labor bien porque cometan abusos litúrgicos durante la misa, tengan un carácter huraño y no atiendan como Dios manda a los feligreses, o se dejen llevar por el maligno para hacer daño a los mas débiles, provocan el escándalo en el pueblo, y con ello hacen que la gente, especialmente si no está bien formada, se aleje primero de su parroquia y después de la Iglesia en general.

Es por ello por lo que la Iglesia ha buscado siempre sacerdotes santos , unos pastores que lleven a su grey con amor, que les transmita el Evangelio y les forme en el cristianismo y la doctrina católica, que tengan una vida coherente con el cargo que desempeñan (pues un sacerdote debe ser el alter ego de Cristo en la tierra), que estén al lado de los mas pobres entre los pobres y ayude a los enfermos.
Por otra parte, está claro que esto es muy difícil, pues no dejan de ser hombres como nosotros, por tanto suceptibles de caer en errores. Sin embargo da la impresión de que a un sacerdote es mas difícil que la sociedad perdone sus fallos que a un laico, y es algo realmente curioso en una sociedad que cada vez se ha apartado mas de la Iglesia e incluso de Dios. Esto yo lo veo como un dato de que pese a todo, aún queda en la gente (me refiero sobre todo a España), aún no siendo creyentes, rescoldos de catolicismo y quizá son estos los que hacen saltar a las personas ante un fallo realizado por un sacerdote, como ha ocurrido en los desgraciados casos de pederastia en Estados Unidos (nota, esto se escribió antes de la polémica surgida  durante el Año Sacerdotal a raiz de las denuncias de pederastia hacia sacerdotes y que tanto hizo sufrir al Santo Padre).

Es cierto que, de por sí, es muy penoso que una persona consagrada o no, pueda hacer daño a un niño de esa forma, pero el agravante crece en el momento que quien comete una acción nefasta contra un crío es alguien que se ha consagrado a Dios. Probablemente, no haya habido tantos casos como se han dicho, pero sí es una situación por desgracia real y que se debe erradicar, de hecho tanto Juan Pablo II (el escándalo surgió tras una investigación mandada realizar por él) como Benedicto XVI están trabajando para ello.
Es precisamente por ello por lo que se necesitan esos sacerdotes santos capaces de devolver al ser humano la confianza en la Iglesia, para que con la ayuda de esta y su sabiduría puedan conocer mejor a Cristo y lograr esa Resurrección gloriosa que Él nos prometió.

Yo, como bien sabéis, estoy apunto de entrar al seminario, en muchos momentos he tenido dudas no sobre la vocación, si no, sobre si seré capaz de ser un digno sacerdote de nuestro Señor, pues bien sé la responsabilidad que conlleva tanto la decisión de responder positivamente a la llamada de Jesús al sacerdocio, como la posterior labor sacerdotal.
Sin embargo, pese a que yo soy pecador y en muchas ocasiones cometo errores que pueden llegar a herir a otras personas, tengo confianza en Dios, puesto que Él no elige a los capaces, si no que capacita a los elegidos, y soy consciente de que debo tener paciencia en ese aspecto, pues desde el momento que entre al seminario me irá transformando tanto interior como externamente para hacer de mí el sacerdote que quiera que yo sea, para que a partir de mí primera misa lleve su mensaje de Amor al mundo y pueda atraerle a cuantas almas sean posibles.

Me gustaría terminar este artículo con una Plática enviada por san Juan de Ávila al padre Francisco Gómez para ser predicada en el Sínodo diocesano de Córdoba del año 1563. Se llama "El sacerdote debe ser santo" y está escrita en castellano antiguo:
No sé otra cosa más eficaz con que a vuestras mercedes persuada lo que les conviene hacer que con traerles a la memoria la alteza del beneficio que Dios nos ha hecho en llamarnos para la alteza del oficio sacerdotal. Y si elegir sacerdotes entonces (en el Viejo Testamento) era gran beneficio ¿que será en el nuevo Testamento, en el cual los sacerdotes de él somos como sol en comparación de noche y como verdad en comparación de figura?
Mirémonos, padres de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre, y semejables al portal de Belén y pesebre donde fue reclinado, y a la cruz donde murió, y al sepulcro donde fue sepultado. Y todas estas cosas son santas, por haberlas tocado Cristo; y de lejanas tierras las van a ver, y derraman de devoción muchas lágrimas, y mudan sus vidas movidos por la gran santidad de aquellos lugares. ¿por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso, inmortal, inefable, como no vino en los otros lugares? y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración, y no lo trajeron los otros lugares, sacando a la virgen. Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad.
Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere enojado con su pueblo; que tengan experiencia de que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren; hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos.

San Juan de Ávila, ruega e intercede por los sacerdotes diocesanos, y sobre todo para que el Señor traiga mas obreros a su mies. Ruega también por las nuevas vocaciones.